lunes, 28 de septiembre de 2009

Caracas, Je t’aime

Miguel Ángel Pérez Pirela

Hay quienes miran hacia el norte, quienes contemplan suspirando ciudades como París o Roma. No los culpo. Pero aquí abajo, abajo, al sur, como dice Benedetti, está Caracas, nada más y nada menos, que tú, Caracas.
A veces pienso que si pudiéramos por arte de magia colocar la Torre Eiffel parisina o acaso el Coliseo romano justo ahí, donde se encuentra nuestro monumento por antonomasia, el Ávila, ni siquiera se verían de lo ínfimo que se nos mostrarían, a nosotros, los que tenemos la dicha de vivir en Caracas.
Y no escribo estas líneas, ni hago estas comparaciones, por mera malacrianza de la imaginación. Quien les escribe estas frases pasó más de una década, feliz década por cierto, en esas “parises” o “romas” lejanas de las que hablo y, no hay duda, el Ávila es el monumento más exuberantes, más Caribe, más verdadero que he visto en capital alguna.
Ese Ávila que, como por arte de magia, nos separa de un Caribe que, visto desde Caracas es una promesa. Ese Caribe que sólo podemos intuir desde el caos caraqueño a través del cielo, ese Caribe que se nos refleja en el cielo y que podemos, finalmente, ver triste, callado, oscuro, o resplandeciente en los días soleados, felices, exuberantes que, por cierto, en estos lares son muchos. Como decía Gabriel García Márquez hablando de estas tierras, fotografiando con palabras el “cielo alto y estrellado del Caribe”.
No diré entonces sólo “je t’aime París”, como lo expresa esa película que le rinde tributo a esa ciudad que quiero y extraño tanto. Yo digo ahora y más bien, expreso ahora y sin temor, y sin ánimo de ofender a nadie: “Je t’aime Caracas”, Te amo Caracas.
Contigo me pasa algo que un día le leí a Jorge Luís Borges a propósito de Buenos Aires. Decía él “yo extraño a Buenos Aires, sobre todo cuando estoy en Buenos Aires”. Lo parafraseo, pero desde el Caribe: Te extraño Caracas, sobre todo, ahora que te escribo desde aquí, desde esta ciudad alta y estrelladas de nuestro Caribe revolucionado.
Ciudad que, como el cielo del que hablaba antes promete, que si algo ha de suceder de nuevo en el mundo sucederá desde el sur, desde Venezuela, desde Caracas. Aunque sea un lugar común, lo evoco y habito, como dice nuestro himno nacional: “Seguid el ejemplo que Caracas dio”.
Si alguna vez como continúa el himno la “América unidad existirá en nación”, el Ávila, Caracas, nosotros, seremos de los primeros en admirarla.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

(VIDEO) Curso Procesos de Integración y Cooperación Alternativos (Clase 1)

Miguel Ángel Pérez Pirela. Clase 1.

Con el fin de dar inicio al curso, el Dr. Pérez Pirela utiliza la poesía latinoamericana para introducirnos en el pensamiento de Manuel Ugarte, pensador venezolano que desarrolló en sus estudios los conceptos de Patria Grande, Conciencia antiimperialista y socialismo.
De este modo, nos acercamos desde la filosofía política a la definición moderna de Estado nación como concepto fundamental para entender la obra de Ugarte, en el marco de una crítica profunda a la división política en America Latina, el imperialismo norteamericano y las clases dominantes.
En la página web
www.idea.gob.ve ya están disponibles las clases del Curso de Ampliación sobre “Injerencia Imperial y Procesos Alternativos de Integración Latinoamericana”, que se dictan en la Escuela Superior Internacional (ESI) de la Fundación Instituto de Estudios Avanzados (IDEA).

lunes, 21 de septiembre de 2009

Caracas, ciudad luz

Miguel Ángel Pérez Pirela

Una de las diferencias fundamentales entre una ciudad liberalista y otra socialista es la que tiene que ver con la cuestión del espacio público.
Mientras que en una ciudad liberalista el espacio público es reducido al mínimo para dar paso a una óptica privada, en una ciudad socialista éste es respetado y acompañado.
Ello se ve reflejado no solamente en el tema del latifundismo urbano, sino también en aquellos espacios públicos que todavía siguen siendo tales: plazas, avenidas, parques.
Son tan excluyentes dos campos de golf en el mero centro de una ciudad como Caracas, como aquellas plazas, avenidas o parques sumergidos en la más profunda oscuridad.
En ambos casos se trata de una exclusión directa de la mayoría de los ciudadanos caraqueños de sus espacios públicos.
El resultado es dramático: los campos de golf terminan siendo lugares céntricos, verdes y tranquilos para el disfrute de una grosera minoría en la cual se gasta el agua de la ciudad para mantenerlos verdes, y mucha electricidad en sus cercas para mantenerlos exclusivos, es decir, excluyentes.
Pero, por otra parte, también muchas plazas, avenidas y parques de nuestra ciudad, se mantienen en las manos de una minoría de delincuentes que, aprovechando la ausencia total de luz, hacen suyo lo que debería ser de todos.
Para subsanar el gravísimo problema del latifundio urbano se requiere una fuerte voluntad política que aplique las leyes en pro de todos.
Para subsanar la ausencia de espacios públicos que excluyen a los ciudadanos se requiere simplemente de LUZ.
Mientras que el proceso de justa expropiación presupone una cierta complejidad, hacer de las plazas, avenidas y parques, lugares de todos, requiere simplemente de servicio eléctrico.
Dicho de manera todavía más tajante, no hay ciudad socialista donde no haya iluminación.
Los terratenientes urbanos comparten por ello con los delincuentes una misma intuición: el negocio está en excluir a la mayoría de los espacios públicos, unos a través de cercas de electricidad, otros a través de la ausencia del servicio eléctrico de iluminación.
Por todo ello es fácil concluir que donde no hay luz, no hay socialismo. Utilicemos pues nuestra electricidad no más para proteger los campos de golf, signo y símbolo del triunfo del neoliberalismo en nuestra ciudad, sino más bien para iluminar nuestros espacios urbanos convirtiendo finalmente lo que es de algunos, en un patrimonio de todos los caraqueños.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Caracas dividida

Miguel Ángel Pérez Pirela

Un día cualquiera, como por arte de magia, un muro comenzó a penetrar por entre las calles de una ciudad, subió por encima de sus edificios separando incluso apartamentos, siguió por parques cortándolos en dos, pasó por rieles obstaculizando el paso de trenes, dividió personas, familias, ciudades, países.
Berlín de la noche a la mañana quedó inexorablemente dividida. Todos hablaron de eso y continúan haciéndolo, convirtiendo este fatídico hecho en un hito histórico de lo que no se debe hacer.
Pero aquí abajo, en el sur del mundo, fenómenos de división de ciudades han venido dándose, claro está, no con la espectacularidad que caracterizó el muro de Berlín, pero sí con una paulatina eficacia que ha terminado por dejarnos el triste resultado de una ciudad dividida.
No es raro que una ciudad pueda estar dividida por un río en, por ejemplo, la ribera izquierda y la ribera derecha, como en el caso de París. El problema está cuando la división entre Este y Oeste de una ciudad obedece a diferencias de clases.
De hecho, ni siquiera es verdad que nuestra Caracas está dividida territorialmente en Este y Oeste, como suele pensarse, pues en el Este existen zonas populares, y en algunas partes del Oeste residencias de clase media. Esa bendita división territorial no es nada más que un eufemismo para tapar las groseras diferencias sociales de una metrópolis como lo es Caracas.
Quien vive en el Este pareciera sentirse orgulloso de su ubicación geográfica, al punto de limitar su movilidad diaria exclusivamente a esa zona. Quien vive en el Oeste es prácticamente excluido en su libertad de movimiento por los habitantes y policías del Este.
Pero las aberraciones semánticas no terminan aquí. Incluso en nuestro castellano infiltramos palabras que, en las acepciones que los mismos caraqueños le dan, nos hablan de marcadas diferencias sociales.
Es así como no es lo mismo un “colina” que un “cerro”. Mientras que en el estricto sentido geológico se trata de la misma realidad, resulta que en las “colinas” viven las familias pudientes, y en los “cerros” viven los pobres.
Y la lista de celebraciones de las diferencias sociales a través de las palabras no termina aquí. Mientras que en otras ciudades de Latinoamérica “urbanización” y “barrio” son meros sinónimos, en nuestra Caracas, las primeras son habitadas por las clases pudientes y las últimas por los excluidos.
Caracas, caramba Caracas, sigues dividida, tristemente dividida entre “Estes” y “Oestes”, “colinas” y “cerros”, “urbanizaciones” y “barrios”. Caracas, amada Caracas, te pareces más a la Berlín de la guerra fría de lo que tú misma quisieras.

domingo, 6 de septiembre de 2009

¿Caracas liberalista?

Miguel Ángel Pérez Pirela
¿Puede una ciudad ser socialista o liberalista?
La pregunta me estuvo rondando durante un cierto tiempo hasta que por fin creo haber encontrado la respuesta. Ahora se me presenta como evidente lo que hace unos días me parecía una especie de misterio: ¡claro que una ciudad puede ser socialista! Ello sucede cuando la lógica a partir de la cual se organiza la misma incluye valores sociales por encima de aquellos individuales.
Claro, para hacer de una ciudad como Caracas una ciudad socialista, debemos aceptar y comprender que la misma fue organizada en el pasado a través de una lógica neoliberalista.
Nuestra querida Caracas fue estructurada, a partir del siglo XX, según un indudable modelo neoliberal cuyo caballo de batalla era ese individualismo que soñaba con una situación ideal en la cual cada caraqueño sería feliz en la medida en que pudiera trasladarse por toda la urbe en la soledad individualista de su automóvil.
Fue de ese modo que dicha lógica dejó rápidamente de tomar en cuenta, incluso al individuo neoliberal montado en su auto, para pensar más bien en el auto y el negocio que éste representa: la ciudad fue estructurada, diseñada, pensada, única y exclusivamente en función de la maquina de transporte y no del hombre que habría de transportarse: la autopista mató el bulevar.
Todo ello no sólo obligó al caraqueño a soñar con un carro desde varias perspectivas: como señal de su éxito individual, como medio de transporte privilegiado, como burbuja que lo encierra en el encanto de su música preferida, su soledad soñada y, sobre todo y más que todo, su separación de “los otros” que como lo expresaba el filósofo Jean Paul Sartre “son el infierno”.
Pues el infierno resultó ser el individuo mismo encerrado en una especie de cárcel, en la cual se ha convertido su auto, y varado en una cola interminable que resume el principio “suicidarlo” del individualismo neoliberal: si todos hacemos egoístamente todo lo que se nos venga en gana en nombre de una libertad neoliberal sin límites, nadie terminará haciendo nada. Si todos queremos trasladarnos en el individualismo de nuestro auto, nadie podrá hacerlo.
Al parecer esa lógica de pensar una ciudad a partir de una visión netamente neoliberal, estructurada a partir del “yo” y no del “nosotros”, parece haber hecho de la ciudad de los techos rojos, de la ciudad de a pie, un estacionamiento gigante al aire libre en el cual los únicos felices son aquellos seres que decidieron utilizar sus piernas.