sábado, 28 de marzo de 2009

“Plan anticrisis” en Venezuela:

pro-socialista, pero no anti-capitalista



Miguel Angel Pérez Pirela

Venezuela, uno de los países menos afectados por la debacle financiera mundial, ha reaccionado contra la misma, implementado una serie de medidas que el Presidente Hugo Chávez bautizó como “Plan anticrisis”. Pero lo que son medidas de protección hacia los sectores más bajos de la sociedad, ciertamente no son acciones que contrarrestan y meten en causa al capitalismo neoliberal, todavía fuerte en la sociedad venezolana. En otras palabras, el “plan anticrisis” es - no cabe duda - pro-socialista, pero no anti-capitalista.

Contrariamente a lo afirmado por el "oposicionismo" mediático de la derecha venezolana, este plan no tiene nada que ver con los “paquetes económicos” que en la IV República se implementaron, tales como el de diciembre de 1986, cuando Lusinchi devaluó la moneda nacional en un 93% y aumentó el precio del combustible, o aquel célebre "paquetazo" de Carlos Andrés Pérez en febrero de 1989, que dio origen a un Caracazo que produjo miles de muertos.

Otra vez la derecha que vaticina dramáticos paquetazos, se encuentra contradicha por una realidad que es mucho menos espectacular, apoteósica y apocalíptica de lo que ella piensa.

En la realidad se plantearon como medidas anticrisis un aumento del salario mínimo y las pensiones en un 20%, así como también la reducción equivalente al 6.7% del gasto público para el 2009, sobre todo en los llamados gastos suntuarios del Estado.

Estas medidas, no lo podemos dudar, protegen a la clase más desfavorecida y, al mismo tiempo, dan mensajes éticos y de disciplina socialista a las más altas esferas del Estado. Pero también, y en esto se debe ser francos, dejan intactos los grandes capitales venezolanos que han surgido precisamente de la acumulación llevada a cabo a través de metodologías, mañas y acciones neoliberales.

De hecho, por una parte se aumenta un IVA que, como lo sabemos, es el impuesto más injusto que existe a nivel planetario , por cobrar un porcentaje único a todos los ciudadanos. Por otra, (a pesar de limitar tímidamente los dólares preferenciales para caviar, limosinas, etc.), no se plantean medidas tributarias de gran talante que toquen, por ejemplo, las grandes riquezas, las millonarias transacciones bancarias, las suntuosas herencias, las engordadas cuentas bancarias, etc.

Dicho de manera más clara: se toman medidas socialistas para amortizar los efectos nefastos de un capitalismo planetario, pero no para tocar su causa primera que, no es otra, que la acumulación grosera de capitales en manos de pocos.

Por todo ello, el “oposicionismo mediático” celebra el haberse equivocado en sus horribles predicciones, de que "finalmente a través del tan anunciado paquetazo de Chávez se llegaría sin más a un “comunismo del siglo XXI”. Mientras que, al mismo tiempo, una parte del chavismo mira con rara ingenuidad a los grandes capitales y sus intereses, como diciendo: “una vez más se equivocaron, la democracia socialista, en nombre de quién sabe qué derecho humano, respeta los intereses de la oligarquía”.

El saldo es de ensueño para “nuestra querida, contaminada y única” oligarquía venezolana, la cual posee el país añorado por todas las oligarquías del mundo en la actualidad: un país donde el gobierno protege el trabajo, los planes sociales y la estabilidad de los más pobres; sin tocar por ello, de manera enérgica y definitiva los grandes capitales.

Venezuela se encamina entonces hacia el ideal planetario de la socialdemocracia, en el cual ricos y pobres convivirán sin mayores complicaciones: los pobres, protegidos por un Estado que prevendrá cualquier levantamiento social a través de importantes políticas sociales. Los ricos, amparados por esa pax perpetua, condición necesaria para todo buen negocio.

lunes, 16 de marzo de 2009

El marketing de Obama:


Miguel Ángel Pérez Pirela
(Publicado: "Cayendo y Corriendo" Diario VEA, "A tres manos" El Nacional)


El gobierno de Barack Obama abre los cien días de su gestión con acciones que, lejos de ser reales, manifiestan un marketing político bien logrado. Nos referimos al llamado proceso de “flexibilización” con relación a Cuba. Estas medidas, no solamente no son reales, sino que más aún transforman y tergiversan la realidad.
Es así como, lo que pareció ser una apertura con relación al libre tránsito de los ciudadanos estadounidenses-cubanos hacia la isla, y un estímulo a cambios sustanciales relacionados al bloqueo contra la isla, no tardó en revelarse como lo que realmente es: un cambiar todo para que no cambie nada.
Si a analizar vamos los presuntos cambios implementados por los Estados Unidos en relación a Cuba, no tardamos en darnos cuenta que lo único que realmente se ha hecho de sustancial es extraer los fondos destinados al castigo de aquellos que se relacionen con la isla. Medidas que, vistas de manera objetiva, son ventajosas para un país que está pasando por una debacle financiera sin precedentes. Los Estados Unidos, a través de estas medidas, no están haciendo nada más que establecer soluciones de ahorro para consigo mismo.
Además se debe notar que el mismo 11 de marzo de 2009, día en el cual se ejecuta el “Boom” mediático internacional de la “flexibilización” a Cuba por parte de los Estados Unidos, este mismo país ejecuta acciones punitivas contra la transnacional francesa Lactalis, con sede en los Estados Unidos, por haber establecido relaciones económicas con Cuba. Como ya sabemos, nada es casual en la política geoestratégica imperialista de los Estado Unidos…
Estamos entonces de frente a un mismo país con posturas diferentes, o lo que es lo igual, un solo cuerpo con dos cabezas. Por una parte, una cabeza estéticamente correcta, la de Obama. Por otra, una cabeza políticamente incorrecta que mantiene intacta su política de ingerencia dentro de Latinoamérica y el Caribe.
Está demás decirlo, el cuerpo es el mismo. El de un país que durante los últimos cien años ha realizado acciones de ingerencia prácticamente cada año en la región.
Las conclusiones son por ello claras. Es hora de despejarnos de aquellas ingenuidades que todavía sobreviven en Nuestra América, incluso en el seno de las múltiples izquierdas latinoamericanas. Izquierdas que, por cierto, promocionan de más en más encuentros entre personas y no entre Políticas, o lo que es lo mismo, defienden lazos coyunturales y no cambios estructurales.
De nada sirve que Lula encuentre a Obama, y que de allí surja un posible encuentro entre Chávez y Obama, etcétera, etcétera. Lo que es aquí necesario es que se sigan poniendo en marcha Políticas de Integración Latinoamericana Estructurales y, desde ellas, presentarnos como un solo bloque delante de ese monstruo de dos cabezas en que se ha venido convirtiendo los Estados Unidos.
No hay que olvidarlo: tres formas de negociación han caracterizado centenariamente la táctica y estrategia exterior estadounidense. La económica (TLC, fondo de ayudas), la militar (Plan Colombia, IV Flota) y la política. A través de la primera han comprado a nuestros dirigentes. Por medio de la segunda han azotado a nuestros pueblos.
Seamos entonces capaces de utilizar la Política, fundada en la integración latinoamericana, como musculosa herramienta para afrontar de manera soberana y unida en estos tiempos que corren a los Estados Unidos. País que, por cierto, está justo ahora, en bancarrota económica y en medio de desplazamientos militares planetarios, muy parecidos a retiradas.
Algo debe quedar entonces claro. Los derechos humanos, ni contra Cuba, ni contra nadie, se flexibilizan. Estos no se dan a cuenta gotas. Por ello, ese marketing de la “flexibilización”, por más real que parezca, existe única y exclusivamente en los medios de comunicación.

domingo, 8 de marzo de 2009

La revolución insegura

(publicado en "Cayendo y corriendo", Diario VEA)

Miguel Ángel Pérez Pirela

Tardamos diez años para entender esto: la revolución está en jaque por la inseguridad.

Esa inseguridad que, antes incluso de ser una realidad fáctica, es un sentimiento; esa inseguridad que antes de ser objetiva, es subjetiva. El pueblo venezolano no solamente está inseguro. El pueblo se siente inseguro.

Sentimiento que, en el fondo, tiene que ver con lo más definitivo, con lo último, con lo inapelable, es decir, con la muerte. Si a analizar vamos, con cordura pero a la vez con determinación, ese sentimiento omnipresente en la sociedad venezolana manifiesta un miedo último: el pueblo venezolano teme morir.

La cuestión de la inseguridad en Venezuela en su definición última tiene que ver mucho con la muerte. Muerte como realidad y solución definitiva. Muerte que no comprende, ni tolera, ni comparte ninguna mediación posible.

Es aquí que se encuentra el drama del Estado venezolano. No cabe duda que el problema de la inseguridad tiene que ver con el problema de la falta de educación; estamos claros que la cuestión de la inseguridad tiene relación con la problemática de la salud, es indudable que la cuestión de la inseguridad está ligada a las carencias de alimentación. Pero un venezolano puede no estar bien educado, estar incluso enfermo o mal alimentado y, no obstante, seguir vivo. Lamentablemente no se puede decir lo mismo de un venezolano asesinado.

Por grotesco que parezca lo anteriormente ejemplificado, tiene mucho que ver con ese sentimiento difuso de inseguridad, que corresponde a la falta de seguridad absoluta de seguir estando vivo. Y de frente al silencio de la muerte, no hay discusión posible.

Aquí surge entonces la inseguridad y su cómplice, el silencio. Nada satisface más al fenómeno de la inseguridad que el silencio por parte de aquel que debería controlarla, el Estado. Y para ser claros y sinceros el silencio del Estado frente a la inseguridad del ciudadano no tiene otro nombre que impunidad. La impunidad comparte con la muerte el emblema del silencio. Silencio que en último término justifica, protege y autoriza la muerte.

Nos seamos ingenuos, el silencio sobre la inseguridad no la desaparece. Todo lo contrario: la estimula, la acoge, la multiplica. Aunque al parecer en Venezuela ha proliferado un fenómeno, tanto o más peligroso que el mortífero silencio sobre la inseguridad: nos referimos a ese discurso interesado y panfletario sobre la inseguridad, por parte de una derecha que ve en ella un excelente arma para la obtención de votos. Si bien es cierto que el silencio no resuelve la cuestión de la inseguridad, también lo es que un discurso vacío y arribista sobre ésta no aporta nada. Es más, le quita.

Surge así una necesidad de afrontar la inseguridad, no sólo como hecho, sino también como palabra. La solución del flagelo de la inseguridad no es sólo fáctica. Es también discursiva. Entonces, una primera aproximación para abordar el complejo problema en el país, es su discusión.

El socialismo debe empoderarse, no solamente de la seguridad como solución, sino más aún como problema. De no hacerlo estaríamos dejando que una derecha mediática e irresponsable monopolice la discusión sobre la inseguridad. Derecha que por cierto, estuvo en los orígenes de la proliferación del fenómeno en nuestro país.

No cabe duda que las raíces más profundas de la inseguridad en Venezuela se encuentran en políticas, soluciones y respuestas neoliberales, que llevaron al pueblo venezolano en menos de cincuenta años a una desesperanza tal que sólo propició pistolas, robos y corrupción. Si el neoliberalismo fue la causa de la inseguridad, el socialismo debería ser parte de su solución.

Por el momento el saldo es preocupante: una derecha que monopoliza la inseguridad como discurso, un pueblo que la sufre como realidad y, por allá lejos, un Estado sumergido, por ahora, en un extraño silencio maquillado de impunidad.

Tardamos diez años para entenderlo: la revolución está en jaque por la inseguridad.