Miguel Ángel Pérez Pirela
¿Puede una ciudad ser socialista o liberalista?
La pregunta me estuvo rondando durante un cierto tiempo hasta que por fin creo haber encontrado la respuesta. Ahora se me presenta como evidente lo que hace unos días me parecía una especie de misterio: ¡claro que una ciudad puede ser socialista! Ello sucede cuando la lógica a partir de la cual se organiza la misma incluye valores sociales por encima de aquellos individuales.
Claro, para hacer de una ciudad como Caracas una ciudad socialista, debemos aceptar y comprender que la misma fue organizada en el pasado a través de una lógica neoliberalista.
Nuestra querida Caracas fue estructurada, a partir del siglo XX, según un indudable modelo neoliberal cuyo caballo de batalla era ese individualismo que soñaba con una situación ideal en la cual cada caraqueño sería feliz en la medida en que pudiera trasladarse por toda la urbe en la soledad individualista de su automóvil.
Fue de ese modo que dicha lógica dejó rápidamente de tomar en cuenta, incluso al individuo neoliberal montado en su auto, para pensar más bien en el auto y el negocio que éste representa: la ciudad fue estructurada, diseñada, pensada, única y exclusivamente en función de la maquina de transporte y no del hombre que habría de transportarse: la autopista mató el bulevar.
Todo ello no sólo obligó al caraqueño a soñar con un carro desde varias perspectivas: como señal de su éxito individual, como medio de transporte privilegiado, como burbuja que lo encierra en el encanto de su música preferida, su soledad soñada y, sobre todo y más que todo, su separación de “los otros” que como lo expresaba el filósofo Jean Paul Sartre “son el infierno”.
Pues el infierno resultó ser el individuo mismo encerrado en una especie de cárcel, en la cual se ha convertido su auto, y varado en una cola interminable que resume el principio “suicidarlo” del individualismo neoliberal: si todos hacemos egoístamente todo lo que se nos venga en gana en nombre de una libertad neoliberal sin límites, nadie terminará haciendo nada. Si todos queremos trasladarnos en el individualismo de nuestro auto, nadie podrá hacerlo.
Al parecer esa lógica de pensar una ciudad a partir de una visión netamente neoliberal, estructurada a partir del “yo” y no del “nosotros”, parece haber hecho de la ciudad de los techos rojos, de la ciudad de a pie, un estacionamiento gigante al aire libre en el cual los únicos felices son aquellos seres que decidieron utilizar sus piernas.
¿Puede una ciudad ser socialista o liberalista?
La pregunta me estuvo rondando durante un cierto tiempo hasta que por fin creo haber encontrado la respuesta. Ahora se me presenta como evidente lo que hace unos días me parecía una especie de misterio: ¡claro que una ciudad puede ser socialista! Ello sucede cuando la lógica a partir de la cual se organiza la misma incluye valores sociales por encima de aquellos individuales.
Claro, para hacer de una ciudad como Caracas una ciudad socialista, debemos aceptar y comprender que la misma fue organizada en el pasado a través de una lógica neoliberalista.
Nuestra querida Caracas fue estructurada, a partir del siglo XX, según un indudable modelo neoliberal cuyo caballo de batalla era ese individualismo que soñaba con una situación ideal en la cual cada caraqueño sería feliz en la medida en que pudiera trasladarse por toda la urbe en la soledad individualista de su automóvil.
Fue de ese modo que dicha lógica dejó rápidamente de tomar en cuenta, incluso al individuo neoliberal montado en su auto, para pensar más bien en el auto y el negocio que éste representa: la ciudad fue estructurada, diseñada, pensada, única y exclusivamente en función de la maquina de transporte y no del hombre que habría de transportarse: la autopista mató el bulevar.
Todo ello no sólo obligó al caraqueño a soñar con un carro desde varias perspectivas: como señal de su éxito individual, como medio de transporte privilegiado, como burbuja que lo encierra en el encanto de su música preferida, su soledad soñada y, sobre todo y más que todo, su separación de “los otros” que como lo expresaba el filósofo Jean Paul Sartre “son el infierno”.
Pues el infierno resultó ser el individuo mismo encerrado en una especie de cárcel, en la cual se ha convertido su auto, y varado en una cola interminable que resume el principio “suicidarlo” del individualismo neoliberal: si todos hacemos egoístamente todo lo que se nos venga en gana en nombre de una libertad neoliberal sin límites, nadie terminará haciendo nada. Si todos queremos trasladarnos en el individualismo de nuestro auto, nadie podrá hacerlo.
Al parecer esa lógica de pensar una ciudad a partir de una visión netamente neoliberal, estructurada a partir del “yo” y no del “nosotros”, parece haber hecho de la ciudad de los techos rojos, de la ciudad de a pie, un estacionamiento gigante al aire libre en el cual los únicos felices son aquellos seres que decidieron utilizar sus piernas.