Miguel Ángel Pérez Pirela
Un día cualquiera, como por arte de magia, un muro comenzó a penetrar por entre las calles de una ciudad, subió por encima de sus edificios separando incluso apartamentos, siguió por parques cortándolos en dos, pasó por rieles obstaculizando el paso de trenes, dividió personas, familias, ciudades, países.
Berlín de la noche a la mañana quedó inexorablemente dividida. Todos hablaron de eso y continúan haciéndolo, convirtiendo este fatídico hecho en un hito histórico de lo que no se debe hacer.
Pero aquí abajo, en el sur del mundo, fenómenos de división de ciudades han venido dándose, claro está, no con la espectacularidad que caracterizó el muro de Berlín, pero sí con una paulatina eficacia que ha terminado por dejarnos el triste resultado de una ciudad dividida.
No es raro que una ciudad pueda estar dividida por un río en, por ejemplo, la ribera izquierda y la ribera derecha, como en el caso de París. El problema está cuando la división entre Este y Oeste de una ciudad obedece a diferencias de clases.
De hecho, ni siquiera es verdad que nuestra Caracas está dividida territorialmente en Este y Oeste, como suele pensarse, pues en el Este existen zonas populares, y en algunas partes del Oeste residencias de clase media. Esa bendita división territorial no es nada más que un eufemismo para tapar las groseras diferencias sociales de una metrópolis como lo es Caracas.
Quien vive en el Este pareciera sentirse orgulloso de su ubicación geográfica, al punto de limitar su movilidad diaria exclusivamente a esa zona. Quien vive en el Oeste es prácticamente excluido en su libertad de movimiento por los habitantes y policías del Este.
Pero las aberraciones semánticas no terminan aquí. Incluso en nuestro castellano infiltramos palabras que, en las acepciones que los mismos caraqueños le dan, nos hablan de marcadas diferencias sociales.
Es así como no es lo mismo un “colina” que un “cerro”. Mientras que en el estricto sentido geológico se trata de la misma realidad, resulta que en las “colinas” viven las familias pudientes, y en los “cerros” viven los pobres.
Y la lista de celebraciones de las diferencias sociales a través de las palabras no termina aquí. Mientras que en otras ciudades de Latinoamérica “urbanización” y “barrio” son meros sinónimos, en nuestra Caracas, las primeras son habitadas por las clases pudientes y las últimas por los excluidos.
Caracas, caramba Caracas, sigues dividida, tristemente dividida entre “Estes” y “Oestes”, “colinas” y “cerros”, “urbanizaciones” y “barrios”. Caracas, amada Caracas, te pareces más a la Berlín de la guerra fría de lo que tú misma quisieras.
Un día cualquiera, como por arte de magia, un muro comenzó a penetrar por entre las calles de una ciudad, subió por encima de sus edificios separando incluso apartamentos, siguió por parques cortándolos en dos, pasó por rieles obstaculizando el paso de trenes, dividió personas, familias, ciudades, países.
Berlín de la noche a la mañana quedó inexorablemente dividida. Todos hablaron de eso y continúan haciéndolo, convirtiendo este fatídico hecho en un hito histórico de lo que no se debe hacer.
Pero aquí abajo, en el sur del mundo, fenómenos de división de ciudades han venido dándose, claro está, no con la espectacularidad que caracterizó el muro de Berlín, pero sí con una paulatina eficacia que ha terminado por dejarnos el triste resultado de una ciudad dividida.
No es raro que una ciudad pueda estar dividida por un río en, por ejemplo, la ribera izquierda y la ribera derecha, como en el caso de París. El problema está cuando la división entre Este y Oeste de una ciudad obedece a diferencias de clases.
De hecho, ni siquiera es verdad que nuestra Caracas está dividida territorialmente en Este y Oeste, como suele pensarse, pues en el Este existen zonas populares, y en algunas partes del Oeste residencias de clase media. Esa bendita división territorial no es nada más que un eufemismo para tapar las groseras diferencias sociales de una metrópolis como lo es Caracas.
Quien vive en el Este pareciera sentirse orgulloso de su ubicación geográfica, al punto de limitar su movilidad diaria exclusivamente a esa zona. Quien vive en el Oeste es prácticamente excluido en su libertad de movimiento por los habitantes y policías del Este.
Pero las aberraciones semánticas no terminan aquí. Incluso en nuestro castellano infiltramos palabras que, en las acepciones que los mismos caraqueños le dan, nos hablan de marcadas diferencias sociales.
Es así como no es lo mismo un “colina” que un “cerro”. Mientras que en el estricto sentido geológico se trata de la misma realidad, resulta que en las “colinas” viven las familias pudientes, y en los “cerros” viven los pobres.
Y la lista de celebraciones de las diferencias sociales a través de las palabras no termina aquí. Mientras que en otras ciudades de Latinoamérica “urbanización” y “barrio” son meros sinónimos, en nuestra Caracas, las primeras son habitadas por las clases pudientes y las últimas por los excluidos.
Caracas, caramba Caracas, sigues dividida, tristemente dividida entre “Estes” y “Oestes”, “colinas” y “cerros”, “urbanizaciones” y “barrios”. Caracas, amada Caracas, te pareces más a la Berlín de la guerra fría de lo que tú misma quisieras.