Miguel Ángel Pérez Pirela
Una de las diferencias fundamentales entre una ciudad liberalista y otra socialista es la que tiene que ver con la cuestión del espacio público.
Mientras que en una ciudad liberalista el espacio público es reducido al mínimo para dar paso a una óptica privada, en una ciudad socialista éste es respetado y acompañado.
Ello se ve reflejado no solamente en el tema del latifundismo urbano, sino también en aquellos espacios públicos que todavía siguen siendo tales: plazas, avenidas, parques.
Son tan excluyentes dos campos de golf en el mero centro de una ciudad como Caracas, como aquellas plazas, avenidas o parques sumergidos en la más profunda oscuridad.
En ambos casos se trata de una exclusión directa de la mayoría de los ciudadanos caraqueños de sus espacios públicos.
El resultado es dramático: los campos de golf terminan siendo lugares céntricos, verdes y tranquilos para el disfrute de una grosera minoría en la cual se gasta el agua de la ciudad para mantenerlos verdes, y mucha electricidad en sus cercas para mantenerlos exclusivos, es decir, excluyentes.
Pero, por otra parte, también muchas plazas, avenidas y parques de nuestra ciudad, se mantienen en las manos de una minoría de delincuentes que, aprovechando la ausencia total de luz, hacen suyo lo que debería ser de todos.
Para subsanar el gravísimo problema del latifundio urbano se requiere una fuerte voluntad política que aplique las leyes en pro de todos.
Para subsanar la ausencia de espacios públicos que excluyen a los ciudadanos se requiere simplemente de LUZ.
Mientras que el proceso de justa expropiación presupone una cierta complejidad, hacer de las plazas, avenidas y parques, lugares de todos, requiere simplemente de servicio eléctrico.
Dicho de manera todavía más tajante, no hay ciudad socialista donde no haya iluminación.
Los terratenientes urbanos comparten por ello con los delincuentes una misma intuición: el negocio está en excluir a la mayoría de los espacios públicos, unos a través de cercas de electricidad, otros a través de la ausencia del servicio eléctrico de iluminación.
Por todo ello es fácil concluir que donde no hay luz, no hay socialismo. Utilicemos pues nuestra electricidad no más para proteger los campos de golf, signo y símbolo del triunfo del neoliberalismo en nuestra ciudad, sino más bien para iluminar nuestros espacios urbanos convirtiendo finalmente lo que es de algunos, en un patrimonio de todos los caraqueños.
Una de las diferencias fundamentales entre una ciudad liberalista y otra socialista es la que tiene que ver con la cuestión del espacio público.
Mientras que en una ciudad liberalista el espacio público es reducido al mínimo para dar paso a una óptica privada, en una ciudad socialista éste es respetado y acompañado.
Ello se ve reflejado no solamente en el tema del latifundismo urbano, sino también en aquellos espacios públicos que todavía siguen siendo tales: plazas, avenidas, parques.
Son tan excluyentes dos campos de golf en el mero centro de una ciudad como Caracas, como aquellas plazas, avenidas o parques sumergidos en la más profunda oscuridad.
En ambos casos se trata de una exclusión directa de la mayoría de los ciudadanos caraqueños de sus espacios públicos.
El resultado es dramático: los campos de golf terminan siendo lugares céntricos, verdes y tranquilos para el disfrute de una grosera minoría en la cual se gasta el agua de la ciudad para mantenerlos verdes, y mucha electricidad en sus cercas para mantenerlos exclusivos, es decir, excluyentes.
Pero, por otra parte, también muchas plazas, avenidas y parques de nuestra ciudad, se mantienen en las manos de una minoría de delincuentes que, aprovechando la ausencia total de luz, hacen suyo lo que debería ser de todos.
Para subsanar el gravísimo problema del latifundio urbano se requiere una fuerte voluntad política que aplique las leyes en pro de todos.
Para subsanar la ausencia de espacios públicos que excluyen a los ciudadanos se requiere simplemente de LUZ.
Mientras que el proceso de justa expropiación presupone una cierta complejidad, hacer de las plazas, avenidas y parques, lugares de todos, requiere simplemente de servicio eléctrico.
Dicho de manera todavía más tajante, no hay ciudad socialista donde no haya iluminación.
Los terratenientes urbanos comparten por ello con los delincuentes una misma intuición: el negocio está en excluir a la mayoría de los espacios públicos, unos a través de cercas de electricidad, otros a través de la ausencia del servicio eléctrico de iluminación.
Por todo ello es fácil concluir que donde no hay luz, no hay socialismo. Utilicemos pues nuestra electricidad no más para proteger los campos de golf, signo y símbolo del triunfo del neoliberalismo en nuestra ciudad, sino más bien para iluminar nuestros espacios urbanos convirtiendo finalmente lo que es de algunos, en un patrimonio de todos los caraqueños.
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