Miguel Ángel Pérez Pirela
Tal como lo demuestra Einstein el tiempo es relativo. Pero ello no es sólo cierto para las leyes de la naturaleza. En la realidad política también el tiempo es relativo y nada nos demuestra más este hecho que el caso del golpe en Honduras.
Tiene razón la escolástica cuando define el tiempo como “Distentio animae”, es decir, la distensión del alma, que dicho de otro modo deja claro que el tiempo es subjetivo y depende de la percepción que de éste tenga quien lo viva: el tiempo es por ello una experiencia relativa, por el mismo hecho de ser una experiencia subjetiva.
En este sentido, podríamos preguntarnos ¿tiene el presidente constitucional de Honduras, Zelaya, la misma concepción del tiempo político que el Dictador Micheletti? Evidentemente no.
Quien da un golpe de Estado, sacando a un presidente de las fronteras de su país, e impidiendo por todos los medios que éste regrese, y con su presencia restablezca la constitucionalidad, no busca otra cosa que detener los relojes de la política para fraguar su hegemonía golpista, su status quo impuesto.
No cabe duda: el tiempo paralizado juega a favor de Micheletti y Romeo Vásquez. De ahí el hecho de que la táctica de los relojes parados por la negociación en Costa Rica jugaron indudablemente a favor del golpe, de sus coautores y patrocinantes.
Es bajo esta premisa que debe entonces interpretarse el testarudo intento del gobierno de Obama, a través de su instrumento político, el presidente de Costa Rica, Oscar Arias, de averiar los relojes de la historia, mediante una negociación que se fue extendiendo de más en más en su duración, hasta hacer perder segundos, minutos, horas y días que para el tiempo político de Zelaya valían oro.
De lo antes dicho se evidencia que los días de la mediación, sumados a las ulteriores 72 horas, no pueden entenderse, sin tomar en consideración que dentro de las fronteras hondureñas, la misma funcionó como cortina de hierro que no dejaba ver que esos instantes perdidos por una pseudo negociación eran acompañados por represión, amedrentamiento, dictadura.
El problema no es entonces que el Departamento de Estado aplique siempre las mismas recetas. El problema no es ni siquiera que no terminemos de aprenderlas. El problema ahora es que los golpistas seculares del Departamento de Estado entendieron que los nuevos golpes de Estado en Latinoamérica se fraguan manipulando a su merced, ya no más el tiempo de las armas, sino más aún el tiempo político.
Se manipula entonces ese tiempo político, cuando se eterniza un golpe de Estado con mesas de negociación, falsos pronunciamientos y cantinfladas diplomáticas.
Un tiempo preciso, se perdió pues, en Honduras, aupado por aquellos que todavía creen que los Estados Unidos pueden ayudar en algo las democracias latinoamericanas. Tiempo que no fue pensado más como definitivo jaque mate, sino más aún como jaque. Tiempo paralizado, transformado en advertencia, en mensaje para el ALBA.
Por lo pronto el resultado es preocupante: un presidente democráticamente electo en la frontera de su país jugando con lo que, parece ser, la espada de Damocles de los procesos de transformación sociopolítica latinoamericana: El tiempo político.
Tal como lo demuestra Einstein el tiempo es relativo. Pero ello no es sólo cierto para las leyes de la naturaleza. En la realidad política también el tiempo es relativo y nada nos demuestra más este hecho que el caso del golpe en Honduras.
Tiene razón la escolástica cuando define el tiempo como “Distentio animae”, es decir, la distensión del alma, que dicho de otro modo deja claro que el tiempo es subjetivo y depende de la percepción que de éste tenga quien lo viva: el tiempo es por ello una experiencia relativa, por el mismo hecho de ser una experiencia subjetiva.
En este sentido, podríamos preguntarnos ¿tiene el presidente constitucional de Honduras, Zelaya, la misma concepción del tiempo político que el Dictador Micheletti? Evidentemente no.
Quien da un golpe de Estado, sacando a un presidente de las fronteras de su país, e impidiendo por todos los medios que éste regrese, y con su presencia restablezca la constitucionalidad, no busca otra cosa que detener los relojes de la política para fraguar su hegemonía golpista, su status quo impuesto.
No cabe duda: el tiempo paralizado juega a favor de Micheletti y Romeo Vásquez. De ahí el hecho de que la táctica de los relojes parados por la negociación en Costa Rica jugaron indudablemente a favor del golpe, de sus coautores y patrocinantes.
Es bajo esta premisa que debe entonces interpretarse el testarudo intento del gobierno de Obama, a través de su instrumento político, el presidente de Costa Rica, Oscar Arias, de averiar los relojes de la historia, mediante una negociación que se fue extendiendo de más en más en su duración, hasta hacer perder segundos, minutos, horas y días que para el tiempo político de Zelaya valían oro.
De lo antes dicho se evidencia que los días de la mediación, sumados a las ulteriores 72 horas, no pueden entenderse, sin tomar en consideración que dentro de las fronteras hondureñas, la misma funcionó como cortina de hierro que no dejaba ver que esos instantes perdidos por una pseudo negociación eran acompañados por represión, amedrentamiento, dictadura.
El problema no es entonces que el Departamento de Estado aplique siempre las mismas recetas. El problema no es ni siquiera que no terminemos de aprenderlas. El problema ahora es que los golpistas seculares del Departamento de Estado entendieron que los nuevos golpes de Estado en Latinoamérica se fraguan manipulando a su merced, ya no más el tiempo de las armas, sino más aún el tiempo político.
Se manipula entonces ese tiempo político, cuando se eterniza un golpe de Estado con mesas de negociación, falsos pronunciamientos y cantinfladas diplomáticas.
Un tiempo preciso, se perdió pues, en Honduras, aupado por aquellos que todavía creen que los Estados Unidos pueden ayudar en algo las democracias latinoamericanas. Tiempo que no fue pensado más como definitivo jaque mate, sino más aún como jaque. Tiempo paralizado, transformado en advertencia, en mensaje para el ALBA.
Por lo pronto el resultado es preocupante: un presidente democráticamente electo en la frontera de su país jugando con lo que, parece ser, la espada de Damocles de los procesos de transformación sociopolítica latinoamericana: El tiempo político.