(Publicado en: Diario VEA, El Nacional)
Miguel Ángel Pérez Pirela
¿Estaba jugando el presidente del Federación de Centros Universitarios de la UCV cuando en medio, justo en medio, de los enfrentamientos con las fuerzas del orden público pidió “taima”?
El sentido del juego es la creación de una realidad paralela, o más bien, alternativa, con todo lo que ello implica.
La primera implicación es la que tiene que ver con los límites: el juego funciona dentro de las fronteras establecidas para el desenvolvimiento del mismo.
De aquí surge el segundo aspecto: del juego derivan unas reglas, normas o leyes que sólo son válidas dentro de sus fronteras.
Dos elementos fundamentales enmarcan entonces el fenómeno del juego: realidad paralela y reglas que la estructuran. El juego, de por sí, no implica nada de peligroso siempre y cuando el mismo se circunscriba a los dos elementos antes mencionados.
El problema está cuando aquellos que están jugando toman toda la realidad como campo de juego y todos sus integrantes como potenciales jugadores.
Tal es el caso del curioso fenómeno que todos lo venezolanos presenciamos al ver al presidente de la FCU-UCV gritar en medio de un enfrentamiento propiciado por él mismo con las fuerzas del orden: ¡taima, taima, taima! Este hecho despertó en todos los venezolanos una preocupante intuición: los estudiantes opositores están simplemente jugando.
En otras palabras, mientras se cierra el tráfico y se deja a trabajadores durante horas en sus vehículos, mientras se queman montañas, mientras se hieren personas, mientras se destruyen bienes públicos… los estudiantes piden taima en medio del caos causado.
¿Podrían acaso pedir taima los ciudadanos en las colas, las montañas quemadas, las personas heridas o los bienes públicos destruidos?
La respuesta es simplemente NO.
Lo que quiere decir que sólo existe una parte minoritaria de los venezolanos que están jugando, y lo que es peor, que toman al resto del país como integrantes de su juego, muy a pesar de estos últimos.
Los estudiantes opositores creen vivir en un juego cuyo campo comprende las fronteras de nuestro país, y cuyos integrantes parecen ser, según ellos, todo lo natural y humano que dentro de las mismas se encuentre.
Evidentemente esta actitud “juguetona” de una parte de la alta burguesía estudiantil tiene que ver con una mentalidad transmitida de padres a hijos, según la cual toda posible irresponsabilidad ciudadana es rematada con el pago a los afectados o a las autoridades correspondientes.
Según esta (anti)cultura de sectores minoritarios venezolanos, sus hijos y los hijos de sus hijos, pueden permitirse el lujo de convertir al país entero en su propio campo de juego, pues poseen, o creen poseer, ese seguro de vida ilimitado que es su estatus económico. Claro está, dicha lógica sería simplemente neutralizada si se recuerda que “un país que no se vende, nadie lo podrá comprar”.
Una aclaratoria por ende se hace necesaria: Lo que para unos pocos es un campo de juego con leyes perversas, para otros muchos, que por cierto son mayoría, es un territorio soberano enmarcado en las leyes de una constitución democrática.
Al fin y al cabo jugar no está mal, mientras que no sea con fuego.
lunes, 9 de febrero de 2009
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