Miguel Ángel Pérez Pirela
(Prólogo al libro de P. Virilio "Ciudad Pánico", Monte Ávila, 2008)
La “infowar” o guerra de la información
Esta obra comienza por darnos una dramática y – a la vez – milimétrica autopsia de fenómenos como la caída de la torres gemelas en septiembre de 2001 con la cual se abrió teatralmente, dramáticamente, patéticamente el siglo XXI.
Ciudad pánico de Paul Virilio comienza por meter el dedo en la llaga de un “crear sin creación” por parte de los Estados Unidos, o en otras palabras, de una acción cuasi mágica que consiste en sacar del sombrero del mundo un conejo que puede no existir como realidad, pero sí como acontecimiento. La realidad se deja de un lado, como principio ontológico, para dar paso al acontecimiento. Este último se configura entonces como la gran demostración de fuerza de la “hiperpotencia de los mass-media”.
En un mundo subyugado por una “lógica de serie” en la cual todos los individuos – aparentemente libres de una libertad liberal – actúan y producen robóticamente, llega el fenómeno del acontecimiento para acabar con la “monotonía de una sociedad en la cual la sincronización de la opinión completa hábilmente la estandarización de la producción”. (35-36)
Pero más que del acontecimiento se trata aquí de “crear el accidente” que funda el primero. Se busca acabar con la causalidad aristotélica que señalaba esa “causa primera” fundadora de los fenómenos reales. Nada de eso. En tiempos de “globalización planetaria” se trata de romper el “encadenamiento de causalidad” (37) – y con éste la realidad cotidiana – para afianzar una “estandarización de los comportamientos” y, lo que es peor, la “sincronización de las emociones” (40).
En palabras del mismo Virilio: “se quiera o no, crear un acontecimiento es, en lo sucesivo, provocar un accidente” (40). ¿Tendrá acaso esto que ver con las armas de destrucción masivas que nunca fueron encontradas en Irak? Más allá de la evidente respuesta, lo cierto es que en tiempos de globalización la supremacía de “las armas de destrucción (los misiles) ceden su primacía estratégica a esas armas de comunicación masiva destinada a golpear los espíritus”. (41).
Las lógicas de dominación han entendido que el efecto y la propagación de las armas comunicacionales de destrucción, y su arsenal científico tecnológico de irradiación planetaria, posee “un impacto audiovisual (en tiempo real) que se impone ampliamente, por su velocidad de propagación a escala mundial, sobre el impacto material, que es justamente blanco de los proyectiles explosivos”(41). De ello surge la nueva metodología de guerra utilizada a escala global: un hiperterrorismo que ataca los espíritus y no los cuerpos, a través del poder mediático.
La conclusión del autor es lapidaría: en el futuro el “Ministerio de la guerra” será superado y englobado por el “Ministerio del miedo”, cuyas armas serán satélites, cámaras, pantallas. Todo ello arremete definitivamente contra la concepción clásica de la guerra, que hoy día ha ido menguando, para hacer honor a un tipo de conflicto en el cual las principales víctimas son precisamente los civiles:
Una prueba entre otras de esta descomposición de la guerra clásica nos es provista por la inversión del número de víctimas, puesto que en los conflictos recientes el 80 % de las pérdidas están del lado de los civiles, mientras que en la guerra tradicional era exactamente a la inversa. Si antaño se distinguía claramente la guerra internacional de la guerra civil – la guerra de todos contra todos – de ahora en más toda guerra que se precie de tal es primero una guerra contra los civiles (42).
Según Virilio, tres son las dimensiones que, a los largo de la Historia, se han privilegiado al interno de las guerras. En un primer momento el autor coloca la dimensión “masa” que constituye el elemento fundacional de murallas, armaduras legiones. La guerra era entonces estructurada a partir de un choque frontal entre masa versus masa. Más tarde el elemento fundacional de la guerra deviene la “energía”, estructurada a partir del movimiento propio de catapultas, arcos, pólvora, artillería y bombas. Pero ambas dimensiones de la guerra se limitan a un plano meramente material que, en cuanto tal, únicamente determinan lo físico, lo corporal.
Hoy día la situación bélica posee una complejidad desmedida, que estructura la totalidad del libro “Ciudad pánico”, y se ve reflejada en la tercera dimensión guerrera que es precisamente la “información”: “de allí este repentino cambio en el que la INFOWAR a aparece no sólo como una ‘guerra contra los materiales’, sino sobre todo como una ‘GUERRA CONTRA LO REAL; una desrealización por doquier en la que el arma de destrucción masiva es estratégicamente superior al arma de destrucción masiva (atómica, química, bacteriológica…) (43).
Democracia de la emoción
De la dimensión informativa surge un elemento determinante para interpretar políticamente muchos fenómenos que atañen nuestra América Latina y más precisamente la Venezuela del siglo XXI. La “infoguerra” que deriva de la supremacía del elemento “información” en las guerras contemporáneas, desde el punto de vista político, se traduce en una nueva forma de dictadura global que Virilio llama la “DEMOCRACIA DE EMOCION”.
Se trata de una democracia cuya amenaza no es sólo la de una “democracia de opinión que remplazaría a la democracia representativa de los partidos políticos”. El problema es aún mayor pues nos encontramos ante la “desmesura de una emoción colectiva a la vez sincronizada y globalizada, en la que el modelo podría ser el de un tele-evangelismo-postpolítico” (46).
¡Pero atención! El autor deja en claro que este tipo de “democracia” no tiene nada que ver con la célebre “democracia de opinión” ni tampoco con la “política espectáculo”, denunciada por sociólogos como Christopher Lasch. Nos encontramos entonces en la “era de una sincronización de la emoción colectiva” que, por su peligro y actualidad, es necesario definir:
Sincronización de la emoción colectiva que favorece, con la revolución informativa, ya no el antiguo colectivismo burocrático de los regímenes totalitario sino aquello que paradójicamente podría denominarse como un individualismo de masa, puesto que cada uno, uno por uno, padece en el mismo instante el condicionamiento mass-mediático. Efecto espectacular en el que la imagen audiotelevisiva deviene la herramienta privilegiada de la INTER-OPERABILIDAD de la realidad física, por un lado, y de la realidad mediática, por el otro, lo que he propuesto llamar la ESTEREO-REALIDAD. (47).
¿Nos es acaso ésta una excelente parrilla de lectura para la interpretación de hechos que han marcado la historia reciente venezolana?
Entre otros muchos capítulos de esta historia en los cuales los mass-medias han yuxtapuesto la “emoción” a la “realidad” a través de la creación de un “evento” ficticio, se encuentra el famoso fenómeno de “Puente Llaguno” en abril de 2002. Entonces, los mass medias privados, haciendo uso de sus “armas tecnológicas”, no sólo se permitieron cortar las pantallas e imponer una cadena nacional privada, sino que además “crearon” ex nihilo un evento, según el cual, individuos afectos al gobierno de Hugo Chávez disparaban contra manifestantes desarmados desde el puente.
A pesar que más tarde las pruebas arrojaron que estos individuos simplemente se defendían de francotiradores que disparaban contra los manifestantes, la percepción que las tomas de los canales privados dieron hacían creer lo contrario. El resultado de la “construcción” de esta para-realidad o estereo-realidad – como la llama Virilio – fue la conmoción de cada venezolano colectivamente, conmoción cuyo fin último por parte de poderes ocultos era la justificación de un golpe de estado contra el Presidente Hugo Chávez. Este hecho afianza la certeza de Virilio según la cual “ciertos espíritus delirantes intentan provocar el accidente de lo real a cualquier precio; ese choque frontal que volvería indiscernibles verdad y realidad mentirosas o, en otras palabras, que pondrían en práctica el arsenal completo de la DESREALIZACION (50).
Todo ello de alguna manera refuerza la cita que el autor hace de David Nataf y su ensayo La Guerra informática: “en materia de tecnologías no existe ni derecho de suelo ni derecho de sangre, sino el derecho del más fuerte” (47-48). A partir de lo antes dicho afirma Virilio:
Añadiría una precisión: no se trata aquí del derecho que rige la “ley de la selva”, sino de derecho de la demostración de fuerza, de ese putsch mediático en el que la velocidad domina a la fuerza bruta, a la fuerza material, esa velocidad de la luz de las ondas electromagnéticas sin la cual la globalización de los poderes desaparecería como un espejismo. (48)
Se juega entonces un juego de poder cuyo fin fundamental es monopolizar la opinión del ciudadano, en relación a cualquier tema que pueda ayudar a la acumulación del poder por parte de los potentes del globo. Afirma Paul Virilio en la pluma de Dubois: “asistimos a una deriva consumista en la que se adquiere una opinión como se compra un detergente”. (48)
Todo ello se traduce en una confusión que no sólo se ve reflejada en la imagen “ocular”, sino lo que es aún más grave en nuestra imagen “mental”, como la define el autor. El peligro es doble: en un primer momento, el de un individuo determinado en sus decisiones individuales, las cuales se ven reflejadas, más tarde, en la “representación democrática” misma de “nuestros parlamentos”. (49).
La intuición más contundente del autor es entonces la de un mundo fundado, no más en la verdad, sino en la mentira construida, creada, forjada, en vista de intereses particulares. Mentira que estructura una guerra de la información que, como lo expresa el autor, pasa de ser “trágica”, a convertirse en “satánica” por el hecho de tener como vocación el “aniquilar la verdad de un mundo común” (49).
Saliendo de las fronteras de nuestra Latinoamérica el fenómeno de la INFOWAR se hace todavía más apoteósico y se refleja en posturas como la que trae a colación el autor:
Aprendiendo de los conflictos de Afganistán e Irak, George W. Bush declaraba, el 14 de abril de 2003: “Por una combinación de estrategias imaginativas y de tecnologías avanzadas, redefinimos la guerra sobre nuestras propias bases”. Esas pocas palabras pronunciadas en la euforia de la victoria tienen el mérito de indicarnos claramente la naturaleza de la nueva guerra estadounidense: esa INFOWAR que apunta desde ahora a accidentar la verdad de los hechos y la realidad del mundo aparentemente globalizado (49).
La alerta se constituye entonces no sólo en el plano político sino más aún en el moral. La infoguerra con la que se inaugura esta era tratará, de más en más, de “romper el espejo de lo real para hacer perder a cada uno (aliados o adversarios) la percepción de lo verdadero y de lo falso, de lo justo y de lo injusto, de lo real y de lo virtual; confusión fatal tanto del lenguaje como de las imágenes que culmina en el levantamiento de esa flamante TORRE DE BABEL, pensada para llevar a cabo la revancha estadounidense por el derrumbamiento del World Trade Center” (50).
Ciudad pánico, Mundo pánico, Latinoamérica pánico
Hemos de notar que las dimensiones que abarca esta obra van más allá de lo mediático. Virilio no sólo traza un mapa simbólico a partir de la dogmatización contemporánea de la información como nuevo género de guerra. El autor también afronta el tema de la ciudad como forma de terrible agregación social, que llega incluso a tomar el puesto del Estado-Nación: Más que una guerra entre los Estados Unidos e Irak, el conflicto que hoy se vive en ese país parece más bien una injusta venganza que Nueva York le hace pagar a Bagdad.
Claro está, la concepción que el autor tiene de la ciudad en la era globalizada es original y a la vez alarmante: la ciudad de nuestra era es, antes que todo, “CIUDAD PANICO”. De hecho, para Virilio, “la catástrofe más grande del siglo XX ha sido la ciudad, la metrópolis contemporánea de los desastres del progreso”. (94).
Ciudades éstas que han sido secuestradas por el “progreso” de los grandes poderes mundiales para ser convertidas sin más en el teatro de las guerras de hoy día:
NEW YORK tras la caída del World Trade Center, BAGDAD después de la de Saddam Hussein, JERUSALEM y el “muro de separación”, pero también HONG KONG o PEKIN, donde los pobladores de los alrededores levantan barricadas en sus aldeas ante la amenaza de la neumonía atípica… todos nombre de una lista de aglomeraciones que espera su ampliación indefinida (93).
Cuando hablamos de ciudades convertidas en teatros bélicos no lo hacemos en el sentido militarista de “teatro de operaciones”. El sentido de la teatralidad de la cual son víctimas las ciudades contemporáneas reenvía más bien al drama, la puesta en escena, la obra.
En la ciudad se materializa esa guerra como drama teatral que países como los Estados Unidos proliferan por todo el planeta: “es en la ciudad, y en ninguna otra parte más, donde se ha probado en el siglo XX esta GUERRA CONTRA LOS CIVILES que ha sucedido progresivamente a la del campo de honor militar” (99).
Paul Virilio ve en los Estados Unidos el protagonista principal de eso que él ha querido llamar el “militarismo teatral”. Militarismo que no busca otra cosa que monopolizar un poder mundial a través de la monopolización de las emociones a escala planetaria. Dicho país, en su empeño por afianzar una ‘estado de sitio’ mundial, no escatima esfuerzos en la creación una “psicosis OBSIDIONAL” en los espectadores que siguen una a una sus proezas bélicas.
Lo antes dicho se nos plantea entonces como una premisa interpretativa excepcional para entender los atentados del 11 de septiembre de 2001 y la sucesiva guerra en Afganistán e Irak que provocó.
La caída de esas torres en Nueva York aglutinaron a todos los telespectadores del planeta en una democracia mundial del miedo que fue seguida en directo y, en cuanto tal, determinó la participación ipso facta de la humanidad entera en el drama de una sola ciudad pánico. Claro está, en todo ello jugaron un rol protagónico los mass media como “identificadores” por antonomasia del terror.
Es en este contexto que surgen las “armas de comunicación masivas”, cuya principal vocación parece ser entonces la “administración del miedo público” en pro de los intereses de las grandes potencias:
En efecto, si el miedo es el ingrediente básico de lo fantástico, la administración del miedo público, que debutó hace unos cuarenta años con el “equilibrio del terror”, retoma el servicio activo desde el otoño de 2001 hasta la operación “Choque y Espanto”, en Irak, donde hemos asistido a verdaderos “pases de magia” multimediáticos, cuando los asesinos suicidas y los coaligados se desviven por subyugar a las multitudes con un exceso de medios pirotécnicos que, sin poder utilizar las famosas “armas de destrucción masiva”, usan y abusan de esas “armas de comunicación” igualmente masivas, cuyo arsenal no cesa de desarrollarse gracias a las antenas parabólicas y a las proezas de esas “operaciones psicológicas” (PSY OPS) cuyo objetivo es propagar el pánico con el pretexto de conjurarlo (91).
Pero lo que resulta más paradójico de toda esta teatralización de la guerra es precisamente su carácter vil. En sus arremetidas bélicas países como los Estados Unidos ejercen acciones contra países pequeños, cuyo arsenal militar presuponen de antemano un triunfo por parte de los primeros. Ello no sólo presupone un falso conflicto, como causa de la guerra, sino también una falsa guerra. Como lo afirma Emmanuel Todd: “Los estadounidenses están condenados a hacer militarismo teatral ante países débiles como Irak o los países árabes en general” (91).
Esta teatral guerra contra países débiles corresponde a un mantenimiento de las tenciones internacionales que, de hecho, amenazaban con desaparecer al finalizar la llamada “guerra fría”. El aparente triunfo de dicha guerra fría contra la Unión Soviética hizo nacer eso que Todd llama una “ilusión de superpotencia”: “esa ilusión óptica aparentemente perdura gracias a la ausencia de un enemigo declarado y, por otra parte, a la desaparición no solamente de Bin Laden y de Saddan Hussein, sino incluso, y sobre todo, al carácter de inhallables de esas ‘armas de destrucción masiva’, pretexto del desencadenamiento de la guerra preventiva estadounidense” (91). ¿No tendrá acaso todo esto que ver con la reinstauración, después de la segunda guerra mundial, de la “cuarta flota” en las aguas del Caribe?
De todo ello surge una de las más importantes intuiciones de la obra: el imperio estadounidense no es, ni se quiere, territorial, sino más bien “imperio LIBERAL” (105). Dicho de otro modo, se pretende acabar definitivamente con el Estado-Nación para dar paso a la lógica de la METACIUDAD “que realmente ya no tiene lugar, puesto que en adelante rechaza situarse aquí o allá, como lo hacía tan bien la capital geopolítica de las naciones” (94).
Ello nos da luces a propósito de la decidida arremetida de los Estados Unidos contra la existencia de Estados-Nación en muchas partes del mundo. Los ejemplos abundan, aunque por su parecido es necesario citar el caso del desmembramiento de Estados-Nación en los Balcanes y, en la actualidad, el intento de fraccionamiento del Estado boliviano a través de las propuestas separatista de la llamada “Media luna”, aupada por los Estados Unidos. Se trata, como lo expresa Virilio, de una “proliferación de Estados cada vez más débiles, burbuja de jabón que desaparece en su agrandamiento externo y en su reducción interna” (95).
Se trata por ello de la sustitución de los Estados por la figura de ciudades o metrópolis, las cuales significan un regreso inevitable a las ciudades-estados griegas y renacentistas. Claro está, con la neta diferencia que las actuales son el campo bélico de un terrorismo mediático que las convierte en ciudades pánico.
El ser humano se repliega entonces de más en más en metrópolis que terminan convirtiéndose en gigantescas cárceles. Latinoamérica no escapa de ello:
Ocurre lo mismo en el subcontinente latinoamericano, en San Pablo, en Bogotá o en Río de Janeiro, donde las pandillas asolan las ciudades, cuando no son los “paramilitares” o las “fuerzas armadas” supuestamente “revolucionarias”… pero sobre todo revelacionarias de un caos total del antiguo “derecho de la ciudad” que refuerza la urgencia de un cerco, de un campo encerrado y, al fin, de un Estado policíaco en el que se privatizan las “fuerzas del orden”, como lo han sido, una tras otras, las empresas públicas: transporte, energía, puestos de telecomunicaciones y el día de mañana – ya van por buen camino -: ejércitos nacionales (96).
Como nos muestra Paul Virilio en Ciudad Pánico, las nuevas formas de dominación en – lo que él llama – la era de la globalización son mucho más sutiles y complejas que aquellas utilizadas en las épocas totalitarias.
El control, ahora y en el futuro, se ejercerá más bien en el campo de la guerra de la información que, tomando como teatro las ciudades – y no más los Estados-Nación – instaurarán una “democracia de la emoción” en la que todos sentiremos el pathos de batallas y desastres naturales en un tiempo real que termina por dejarnos atónitos, inmóviles, esclavos.
Las armas de destrucción masiva – coartada del “imperio liberal” estadounidense para sus “teatros de guerras” – no serán más armas que atenten contra la vida material de los ciudadanos globales, sino más bien las que, en milésimas de segundo, puedan llegar a los telespectadores del globo entero, determinando sus sentimientos, percepciones y, por qué no, decisiones personales y políticas.
El fin último será entonces la monopolización y administración de un miedo planetario contra un supuesto terrorismo, que permitirá la concretización del sueño imperialista estadounidense de “un poderoso EJERCITO ANTIPANICO, que ampliaría el principio de defensa nacional a defensa civil. Vasto programa ‘hiperpolicíaco’, éste, en el que la cuestión del estado de excepción sería formulada a escala mundial” (107-108).
Aquellos que crean, administran y monopolizan el miedo a escala planetaria, a través de los mass media, podrán sin más salir de sus propias fronteras, ya no con la excusa de salvar un soldado o proteger sus intereses nacionales, sino ahora con el desproporcionado anhelo de proteger a los ciudadanos globales del fastuoso peligro de un “hiperterrorismo anónimo y desterritorializado”.
Caracas, 28 de septiembre de 2008.
NOTAS
[Las citas corresponden a la versión original del libro: Paul Virilio, Ciudad pánico, Libros del Zorzal, 2006.], p. 35-36.
Aristóteles, Ética Nicomaquea, México 2000.
Paul Virilio, Ciudad pánico, p. 37.
Ibid., p. 40.
Idem.
Ibid., p. 41.
Idem.
Ibid., p. 42.
Ibid., p. 43.
Ibid., p. 46.
Christopher Lasch, The culture of narcissism: American Life in an Age of Diminishing Expectations, New York 1979; trad. Castellana, La cultura del narcisismo, Barcelona 2000, p. 110.
Paul Virilio, Ciudad pánico, p. 47.
Ibid., p. 50.
David Nataf, La Guerra informática, en Paul Virilio, Ciudad pánico, p. 47-48.
Paul Virilio, Ciudad pánico, p. 48.
J.P. Dubois, “Le Nouvel Observateur”, 2 de Marzo de 2000, en Paul Virilio, Ciudad pánico, p. 48.
Paul Virilio, Ciudad pánico, p. 49.
Idem.
Idem.
Ibid., p. 50.
Ibid., p. 94.
Ibid., p. 93.
Ibid., p. 99.
Ibid., p. 91.
Emmanuel Todd, Après l´Empire, en Paul Virilo, Ciudad pánico, p. 91.
Idem.
Paul Virilio, Ciudad pánico, p. 105.
Ibid., p. 94.
Ibid., p. 95.
Ibid., p. 96.
Ibid., p. 107-108.
La “infowar” o guerra de la información
Esta obra comienza por darnos una dramática y – a la vez – milimétrica autopsia de fenómenos como la caída de la torres gemelas en septiembre de 2001 con la cual se abrió teatralmente, dramáticamente, patéticamente el siglo XXI.
Ciudad pánico de Paul Virilio comienza por meter el dedo en la llaga de un “crear sin creación” por parte de los Estados Unidos, o en otras palabras, de una acción cuasi mágica que consiste en sacar del sombrero del mundo un conejo que puede no existir como realidad, pero sí como acontecimiento. La realidad se deja de un lado, como principio ontológico, para dar paso al acontecimiento. Este último se configura entonces como la gran demostración de fuerza de la “hiperpotencia de los mass-media”.
En un mundo subyugado por una “lógica de serie” en la cual todos los individuos – aparentemente libres de una libertad liberal – actúan y producen robóticamente, llega el fenómeno del acontecimiento para acabar con la “monotonía de una sociedad en la cual la sincronización de la opinión completa hábilmente la estandarización de la producción”. (35-36)
Pero más que del acontecimiento se trata aquí de “crear el accidente” que funda el primero. Se busca acabar con la causalidad aristotélica que señalaba esa “causa primera” fundadora de los fenómenos reales. Nada de eso. En tiempos de “globalización planetaria” se trata de romper el “encadenamiento de causalidad” (37) – y con éste la realidad cotidiana – para afianzar una “estandarización de los comportamientos” y, lo que es peor, la “sincronización de las emociones” (40).
En palabras del mismo Virilio: “se quiera o no, crear un acontecimiento es, en lo sucesivo, provocar un accidente” (40). ¿Tendrá acaso esto que ver con las armas de destrucción masivas que nunca fueron encontradas en Irak? Más allá de la evidente respuesta, lo cierto es que en tiempos de globalización la supremacía de “las armas de destrucción (los misiles) ceden su primacía estratégica a esas armas de comunicación masiva destinada a golpear los espíritus”. (41).
Las lógicas de dominación han entendido que el efecto y la propagación de las armas comunicacionales de destrucción, y su arsenal científico tecnológico de irradiación planetaria, posee “un impacto audiovisual (en tiempo real) que se impone ampliamente, por su velocidad de propagación a escala mundial, sobre el impacto material, que es justamente blanco de los proyectiles explosivos”(41). De ello surge la nueva metodología de guerra utilizada a escala global: un hiperterrorismo que ataca los espíritus y no los cuerpos, a través del poder mediático.
La conclusión del autor es lapidaría: en el futuro el “Ministerio de la guerra” será superado y englobado por el “Ministerio del miedo”, cuyas armas serán satélites, cámaras, pantallas. Todo ello arremete definitivamente contra la concepción clásica de la guerra, que hoy día ha ido menguando, para hacer honor a un tipo de conflicto en el cual las principales víctimas son precisamente los civiles:
Una prueba entre otras de esta descomposición de la guerra clásica nos es provista por la inversión del número de víctimas, puesto que en los conflictos recientes el 80 % de las pérdidas están del lado de los civiles, mientras que en la guerra tradicional era exactamente a la inversa. Si antaño se distinguía claramente la guerra internacional de la guerra civil – la guerra de todos contra todos – de ahora en más toda guerra que se precie de tal es primero una guerra contra los civiles (42).
Según Virilio, tres son las dimensiones que, a los largo de la Historia, se han privilegiado al interno de las guerras. En un primer momento el autor coloca la dimensión “masa” que constituye el elemento fundacional de murallas, armaduras legiones. La guerra era entonces estructurada a partir de un choque frontal entre masa versus masa. Más tarde el elemento fundacional de la guerra deviene la “energía”, estructurada a partir del movimiento propio de catapultas, arcos, pólvora, artillería y bombas. Pero ambas dimensiones de la guerra se limitan a un plano meramente material que, en cuanto tal, únicamente determinan lo físico, lo corporal.
Hoy día la situación bélica posee una complejidad desmedida, que estructura la totalidad del libro “Ciudad pánico”, y se ve reflejada en la tercera dimensión guerrera que es precisamente la “información”: “de allí este repentino cambio en el que la INFOWAR a aparece no sólo como una ‘guerra contra los materiales’, sino sobre todo como una ‘GUERRA CONTRA LO REAL; una desrealización por doquier en la que el arma de destrucción masiva es estratégicamente superior al arma de destrucción masiva (atómica, química, bacteriológica…) (43).
Democracia de la emoción
De la dimensión informativa surge un elemento determinante para interpretar políticamente muchos fenómenos que atañen nuestra América Latina y más precisamente la Venezuela del siglo XXI. La “infoguerra” que deriva de la supremacía del elemento “información” en las guerras contemporáneas, desde el punto de vista político, se traduce en una nueva forma de dictadura global que Virilio llama la “DEMOCRACIA DE EMOCION”.
Se trata de una democracia cuya amenaza no es sólo la de una “democracia de opinión que remplazaría a la democracia representativa de los partidos políticos”. El problema es aún mayor pues nos encontramos ante la “desmesura de una emoción colectiva a la vez sincronizada y globalizada, en la que el modelo podría ser el de un tele-evangelismo-postpolítico” (46).
¡Pero atención! El autor deja en claro que este tipo de “democracia” no tiene nada que ver con la célebre “democracia de opinión” ni tampoco con la “política espectáculo”, denunciada por sociólogos como Christopher Lasch. Nos encontramos entonces en la “era de una sincronización de la emoción colectiva” que, por su peligro y actualidad, es necesario definir:
Sincronización de la emoción colectiva que favorece, con la revolución informativa, ya no el antiguo colectivismo burocrático de los regímenes totalitario sino aquello que paradójicamente podría denominarse como un individualismo de masa, puesto que cada uno, uno por uno, padece en el mismo instante el condicionamiento mass-mediático. Efecto espectacular en el que la imagen audiotelevisiva deviene la herramienta privilegiada de la INTER-OPERABILIDAD de la realidad física, por un lado, y de la realidad mediática, por el otro, lo que he propuesto llamar la ESTEREO-REALIDAD. (47).
¿Nos es acaso ésta una excelente parrilla de lectura para la interpretación de hechos que han marcado la historia reciente venezolana?
Entre otros muchos capítulos de esta historia en los cuales los mass-medias han yuxtapuesto la “emoción” a la “realidad” a través de la creación de un “evento” ficticio, se encuentra el famoso fenómeno de “Puente Llaguno” en abril de 2002. Entonces, los mass medias privados, haciendo uso de sus “armas tecnológicas”, no sólo se permitieron cortar las pantallas e imponer una cadena nacional privada, sino que además “crearon” ex nihilo un evento, según el cual, individuos afectos al gobierno de Hugo Chávez disparaban contra manifestantes desarmados desde el puente.
A pesar que más tarde las pruebas arrojaron que estos individuos simplemente se defendían de francotiradores que disparaban contra los manifestantes, la percepción que las tomas de los canales privados dieron hacían creer lo contrario. El resultado de la “construcción” de esta para-realidad o estereo-realidad – como la llama Virilio – fue la conmoción de cada venezolano colectivamente, conmoción cuyo fin último por parte de poderes ocultos era la justificación de un golpe de estado contra el Presidente Hugo Chávez. Este hecho afianza la certeza de Virilio según la cual “ciertos espíritus delirantes intentan provocar el accidente de lo real a cualquier precio; ese choque frontal que volvería indiscernibles verdad y realidad mentirosas o, en otras palabras, que pondrían en práctica el arsenal completo de la DESREALIZACION (50).
Todo ello de alguna manera refuerza la cita que el autor hace de David Nataf y su ensayo La Guerra informática: “en materia de tecnologías no existe ni derecho de suelo ni derecho de sangre, sino el derecho del más fuerte” (47-48). A partir de lo antes dicho afirma Virilio:
Añadiría una precisión: no se trata aquí del derecho que rige la “ley de la selva”, sino de derecho de la demostración de fuerza, de ese putsch mediático en el que la velocidad domina a la fuerza bruta, a la fuerza material, esa velocidad de la luz de las ondas electromagnéticas sin la cual la globalización de los poderes desaparecería como un espejismo. (48)
Se juega entonces un juego de poder cuyo fin fundamental es monopolizar la opinión del ciudadano, en relación a cualquier tema que pueda ayudar a la acumulación del poder por parte de los potentes del globo. Afirma Paul Virilio en la pluma de Dubois: “asistimos a una deriva consumista en la que se adquiere una opinión como se compra un detergente”. (48)
Todo ello se traduce en una confusión que no sólo se ve reflejada en la imagen “ocular”, sino lo que es aún más grave en nuestra imagen “mental”, como la define el autor. El peligro es doble: en un primer momento, el de un individuo determinado en sus decisiones individuales, las cuales se ven reflejadas, más tarde, en la “representación democrática” misma de “nuestros parlamentos”. (49).
La intuición más contundente del autor es entonces la de un mundo fundado, no más en la verdad, sino en la mentira construida, creada, forjada, en vista de intereses particulares. Mentira que estructura una guerra de la información que, como lo expresa el autor, pasa de ser “trágica”, a convertirse en “satánica” por el hecho de tener como vocación el “aniquilar la verdad de un mundo común” (49).
Saliendo de las fronteras de nuestra Latinoamérica el fenómeno de la INFOWAR se hace todavía más apoteósico y se refleja en posturas como la que trae a colación el autor:
Aprendiendo de los conflictos de Afganistán e Irak, George W. Bush declaraba, el 14 de abril de 2003: “Por una combinación de estrategias imaginativas y de tecnologías avanzadas, redefinimos la guerra sobre nuestras propias bases”. Esas pocas palabras pronunciadas en la euforia de la victoria tienen el mérito de indicarnos claramente la naturaleza de la nueva guerra estadounidense: esa INFOWAR que apunta desde ahora a accidentar la verdad de los hechos y la realidad del mundo aparentemente globalizado (49).
La alerta se constituye entonces no sólo en el plano político sino más aún en el moral. La infoguerra con la que se inaugura esta era tratará, de más en más, de “romper el espejo de lo real para hacer perder a cada uno (aliados o adversarios) la percepción de lo verdadero y de lo falso, de lo justo y de lo injusto, de lo real y de lo virtual; confusión fatal tanto del lenguaje como de las imágenes que culmina en el levantamiento de esa flamante TORRE DE BABEL, pensada para llevar a cabo la revancha estadounidense por el derrumbamiento del World Trade Center” (50).
Ciudad pánico, Mundo pánico, Latinoamérica pánico
Hemos de notar que las dimensiones que abarca esta obra van más allá de lo mediático. Virilio no sólo traza un mapa simbólico a partir de la dogmatización contemporánea de la información como nuevo género de guerra. El autor también afronta el tema de la ciudad como forma de terrible agregación social, que llega incluso a tomar el puesto del Estado-Nación: Más que una guerra entre los Estados Unidos e Irak, el conflicto que hoy se vive en ese país parece más bien una injusta venganza que Nueva York le hace pagar a Bagdad.
Claro está, la concepción que el autor tiene de la ciudad en la era globalizada es original y a la vez alarmante: la ciudad de nuestra era es, antes que todo, “CIUDAD PANICO”. De hecho, para Virilio, “la catástrofe más grande del siglo XX ha sido la ciudad, la metrópolis contemporánea de los desastres del progreso”. (94).
Ciudades éstas que han sido secuestradas por el “progreso” de los grandes poderes mundiales para ser convertidas sin más en el teatro de las guerras de hoy día:
NEW YORK tras la caída del World Trade Center, BAGDAD después de la de Saddam Hussein, JERUSALEM y el “muro de separación”, pero también HONG KONG o PEKIN, donde los pobladores de los alrededores levantan barricadas en sus aldeas ante la amenaza de la neumonía atípica… todos nombre de una lista de aglomeraciones que espera su ampliación indefinida (93).
Cuando hablamos de ciudades convertidas en teatros bélicos no lo hacemos en el sentido militarista de “teatro de operaciones”. El sentido de la teatralidad de la cual son víctimas las ciudades contemporáneas reenvía más bien al drama, la puesta en escena, la obra.
En la ciudad se materializa esa guerra como drama teatral que países como los Estados Unidos proliferan por todo el planeta: “es en la ciudad, y en ninguna otra parte más, donde se ha probado en el siglo XX esta GUERRA CONTRA LOS CIVILES que ha sucedido progresivamente a la del campo de honor militar” (99).
Paul Virilio ve en los Estados Unidos el protagonista principal de eso que él ha querido llamar el “militarismo teatral”. Militarismo que no busca otra cosa que monopolizar un poder mundial a través de la monopolización de las emociones a escala planetaria. Dicho país, en su empeño por afianzar una ‘estado de sitio’ mundial, no escatima esfuerzos en la creación una “psicosis OBSIDIONAL” en los espectadores que siguen una a una sus proezas bélicas.
Lo antes dicho se nos plantea entonces como una premisa interpretativa excepcional para entender los atentados del 11 de septiembre de 2001 y la sucesiva guerra en Afganistán e Irak que provocó.
La caída de esas torres en Nueva York aglutinaron a todos los telespectadores del planeta en una democracia mundial del miedo que fue seguida en directo y, en cuanto tal, determinó la participación ipso facta de la humanidad entera en el drama de una sola ciudad pánico. Claro está, en todo ello jugaron un rol protagónico los mass media como “identificadores” por antonomasia del terror.
Es en este contexto que surgen las “armas de comunicación masivas”, cuya principal vocación parece ser entonces la “administración del miedo público” en pro de los intereses de las grandes potencias:
En efecto, si el miedo es el ingrediente básico de lo fantástico, la administración del miedo público, que debutó hace unos cuarenta años con el “equilibrio del terror”, retoma el servicio activo desde el otoño de 2001 hasta la operación “Choque y Espanto”, en Irak, donde hemos asistido a verdaderos “pases de magia” multimediáticos, cuando los asesinos suicidas y los coaligados se desviven por subyugar a las multitudes con un exceso de medios pirotécnicos que, sin poder utilizar las famosas “armas de destrucción masiva”, usan y abusan de esas “armas de comunicación” igualmente masivas, cuyo arsenal no cesa de desarrollarse gracias a las antenas parabólicas y a las proezas de esas “operaciones psicológicas” (PSY OPS) cuyo objetivo es propagar el pánico con el pretexto de conjurarlo (91).
Pero lo que resulta más paradójico de toda esta teatralización de la guerra es precisamente su carácter vil. En sus arremetidas bélicas países como los Estados Unidos ejercen acciones contra países pequeños, cuyo arsenal militar presuponen de antemano un triunfo por parte de los primeros. Ello no sólo presupone un falso conflicto, como causa de la guerra, sino también una falsa guerra. Como lo afirma Emmanuel Todd: “Los estadounidenses están condenados a hacer militarismo teatral ante países débiles como Irak o los países árabes en general” (91).
Esta teatral guerra contra países débiles corresponde a un mantenimiento de las tenciones internacionales que, de hecho, amenazaban con desaparecer al finalizar la llamada “guerra fría”. El aparente triunfo de dicha guerra fría contra la Unión Soviética hizo nacer eso que Todd llama una “ilusión de superpotencia”: “esa ilusión óptica aparentemente perdura gracias a la ausencia de un enemigo declarado y, por otra parte, a la desaparición no solamente de Bin Laden y de Saddan Hussein, sino incluso, y sobre todo, al carácter de inhallables de esas ‘armas de destrucción masiva’, pretexto del desencadenamiento de la guerra preventiva estadounidense” (91). ¿No tendrá acaso todo esto que ver con la reinstauración, después de la segunda guerra mundial, de la “cuarta flota” en las aguas del Caribe?
De todo ello surge una de las más importantes intuiciones de la obra: el imperio estadounidense no es, ni se quiere, territorial, sino más bien “imperio LIBERAL” (105). Dicho de otro modo, se pretende acabar definitivamente con el Estado-Nación para dar paso a la lógica de la METACIUDAD “que realmente ya no tiene lugar, puesto que en adelante rechaza situarse aquí o allá, como lo hacía tan bien la capital geopolítica de las naciones” (94).
Ello nos da luces a propósito de la decidida arremetida de los Estados Unidos contra la existencia de Estados-Nación en muchas partes del mundo. Los ejemplos abundan, aunque por su parecido es necesario citar el caso del desmembramiento de Estados-Nación en los Balcanes y, en la actualidad, el intento de fraccionamiento del Estado boliviano a través de las propuestas separatista de la llamada “Media luna”, aupada por los Estados Unidos. Se trata, como lo expresa Virilio, de una “proliferación de Estados cada vez más débiles, burbuja de jabón que desaparece en su agrandamiento externo y en su reducción interna” (95).
Se trata por ello de la sustitución de los Estados por la figura de ciudades o metrópolis, las cuales significan un regreso inevitable a las ciudades-estados griegas y renacentistas. Claro está, con la neta diferencia que las actuales son el campo bélico de un terrorismo mediático que las convierte en ciudades pánico.
El ser humano se repliega entonces de más en más en metrópolis que terminan convirtiéndose en gigantescas cárceles. Latinoamérica no escapa de ello:
Ocurre lo mismo en el subcontinente latinoamericano, en San Pablo, en Bogotá o en Río de Janeiro, donde las pandillas asolan las ciudades, cuando no son los “paramilitares” o las “fuerzas armadas” supuestamente “revolucionarias”… pero sobre todo revelacionarias de un caos total del antiguo “derecho de la ciudad” que refuerza la urgencia de un cerco, de un campo encerrado y, al fin, de un Estado policíaco en el que se privatizan las “fuerzas del orden”, como lo han sido, una tras otras, las empresas públicas: transporte, energía, puestos de telecomunicaciones y el día de mañana – ya van por buen camino -: ejércitos nacionales (96).
Como nos muestra Paul Virilio en Ciudad Pánico, las nuevas formas de dominación en – lo que él llama – la era de la globalización son mucho más sutiles y complejas que aquellas utilizadas en las épocas totalitarias.
El control, ahora y en el futuro, se ejercerá más bien en el campo de la guerra de la información que, tomando como teatro las ciudades – y no más los Estados-Nación – instaurarán una “democracia de la emoción” en la que todos sentiremos el pathos de batallas y desastres naturales en un tiempo real que termina por dejarnos atónitos, inmóviles, esclavos.
Las armas de destrucción masiva – coartada del “imperio liberal” estadounidense para sus “teatros de guerras” – no serán más armas que atenten contra la vida material de los ciudadanos globales, sino más bien las que, en milésimas de segundo, puedan llegar a los telespectadores del globo entero, determinando sus sentimientos, percepciones y, por qué no, decisiones personales y políticas.
El fin último será entonces la monopolización y administración de un miedo planetario contra un supuesto terrorismo, que permitirá la concretización del sueño imperialista estadounidense de “un poderoso EJERCITO ANTIPANICO, que ampliaría el principio de defensa nacional a defensa civil. Vasto programa ‘hiperpolicíaco’, éste, en el que la cuestión del estado de excepción sería formulada a escala mundial” (107-108).
Aquellos que crean, administran y monopolizan el miedo a escala planetaria, a través de los mass media, podrán sin más salir de sus propias fronteras, ya no con la excusa de salvar un soldado o proteger sus intereses nacionales, sino ahora con el desproporcionado anhelo de proteger a los ciudadanos globales del fastuoso peligro de un “hiperterrorismo anónimo y desterritorializado”.
Caracas, 28 de septiembre de 2008.
NOTAS
[Las citas corresponden a la versión original del libro: Paul Virilio, Ciudad pánico, Libros del Zorzal, 2006.], p. 35-36.
Aristóteles, Ética Nicomaquea, México 2000.
Paul Virilio, Ciudad pánico, p. 37.
Ibid., p. 40.
Idem.
Ibid., p. 41.
Idem.
Ibid., p. 42.
Ibid., p. 43.
Ibid., p. 46.
Christopher Lasch, The culture of narcissism: American Life in an Age of Diminishing Expectations, New York 1979; trad. Castellana, La cultura del narcisismo, Barcelona 2000, p. 110.
Paul Virilio, Ciudad pánico, p. 47.
Ibid., p. 50.
David Nataf, La Guerra informática, en Paul Virilio, Ciudad pánico, p. 47-48.
Paul Virilio, Ciudad pánico, p. 48.
J.P. Dubois, “Le Nouvel Observateur”, 2 de Marzo de 2000, en Paul Virilio, Ciudad pánico, p. 48.
Paul Virilio, Ciudad pánico, p. 49.
Idem.
Idem.
Ibid., p. 50.
Ibid., p. 94.
Ibid., p. 93.
Ibid., p. 99.
Ibid., p. 91.
Emmanuel Todd, Après l´Empire, en Paul Virilo, Ciudad pánico, p. 91.
Idem.
Paul Virilio, Ciudad pánico, p. 105.
Ibid., p. 94.
Ibid., p. 95.
Ibid., p. 96.
Ibid., p. 107-108.
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