La portada, con dos inconfundibles figuras de Chagall volando desde su Vitebsk estepario para -sin perder la compostura- surcar cielos habaneros, nos ofrece pis-tas escurridizas con salpicaduras de Cabrera Infante y un prólogo que no se llama así, firmado ni más ni menos que por Luís Britto García (y que leeremos cuando este Quincenario ya esté publicado).
Extensos y apretados capítulos, sin puntos aparte y con personajes que responden a identificaciones ar-quetípicas como Gobernador, Prisionero, Fantasma, Pabloelmarinero, Pueblo (sí, también) y Esaaquellalau sente, nos hacen temer un "ejercicio" intelectualoide pour épater les bourgeois, de quien, como una espe-cie de concesión, se nos dice que nació en Mara-caibo y se doctoró en Filosofía Política en una ponti-ficia università romana. Sin nada entre medio.
Y llegado a estos comienzos uno termina preguntán-dose qué fuerzas se movieron(sería poco elegante ha-blar de influencias), para que una editorial como Monte Ávila publicara este Pueblo y un no menos prestigioso escritor lo prologara. El recurrente (y recorrido), tema del dictador sudamericano (Valle Inclán, Roa Bastos, Asturias, García Márquez...), completa el cuadro de escepticismo que nos invade.
Pero, lo que se anunciaba como un arduo trabajo de resignación (¿artes sotánicas mediante?), a medida que se avanza en el relato nos vamos, no solo acostumbrando, sino entendiendo el porqué de los arquetipos, el significado de cada uno de ellos, su pertinencia y recordatorio. Entonces Pueblo paulatinamente va encontrando su espacio dentro de tan recurrido tema y,"tememos", terminará por ocupar un sitial cercano al de los imponentes nóbeles que le precedieron.
Así como en una crítica anterior decíamos que en la novela gótica el personaje principal es el mal absoluto, en esta novela, el mal es cobijado por el poder absoluto, ejercido por destino manifiesto, donde cada personaje, incluyendo aquellos que no tienen nombre ni rostro, es arrastrado y sometido a ese sino que no se discute, solo se acata. Hasta Gobernador, prisionero de una pasión adolescente cuyos padecimientos deben sobrellevar todos los habitantes de Pueblo, sometido a la tiranía de una joven que solo quiere vivir, como todos los demás, a su aire. Un aire, el aire de todo Pueblo, que se encoje y se agota cuando el joven Gobernador pudo, en plena hora del burro, percibir, como en una clarividencia, el susurro del espíritu de su amada y el suspiro que se le escapó fue tan sincero y melancólico, que, a causa de su orden de que nadie hablara, todos lo percibieron tan nítidamente, que todo Pueblo quedó sin aire mientras él lo aspiraba todo...
Literalmente, EL PODER, inmejorablemente retratado en una frase que se explica por sí sola.
(Llaman la atención las innumerables "horas del burro" a lo largo de las páginas. Es cierto que el erotismo, en cualquier latitud, se dispara cuando el sol aprieta y es necesario decantar las ingestas, pero, por repetidas (el apelativo, no así el relato), se vuelven algo indigestas...aún para las densas y bien nutridas 228 páginas y todas las siestas de Pueblo, con sus vírgenes desnudas poseídas por los machos del cotarro, llámense Gobernador, Fantasma, Secretario o Marinero).
Pero el malpoderabsoluto (Caribe al fin y al cabo), a esa hora blanca que pintaba Reverón, también se manifiesta en refinadas cuanto prácticas torturas. Prisionero, fiel a su nombre, preso por pensar, es despojado de su facultad de leer como un medio para impedirle ejercer la escritura (cuando trataba de leer otras palabras escritas se daba cuenta que ya el sol las había leído por él).
Y esa es, a nuestro parecer, su (aparente) debilidad. Personajes lejanos (como decíamos), por arquetípicos. Esaquellalausente honra su nombre adjetivado, fuera del alcance de Gobernador (y de Lector). Gobernador, amo y señor de un puesto y un lugar que parece hereditario, muy joven, muy viejo, en un permanente otoño envarado y difuso. Eso quizás, hace que Lector no logre aprehender el elan de la novela hasta muy avanzada la lectura cuando una “sorprendente” fluidez lo deslice por “esaquellalademasiadopresente Rosita", flaquita de senos tenues, amante de Secretario, el verdadero dueño de Pueblo, aunque ni el mismo se haya percatado.
Gobernador sintió entonces que su poder era tan grande y tan suyo que ya no le pertenecía.
Notable la descripción de la quema del cañaveral, épica, dicho sin rubor; el todo encerrado en viejitos escondidos por mulatas jóvenes que, cuando se ponían mañosos y querían trabajar porque sí, esas mulatas adoradas no tenían más remedio que llevárselos allá, en el fondo del cañaveral, acostarlos y darles el don de tres buenas batidas de caderas que los dejaban como bellos durmientes, y una joven de extemporáneo saxofón que sigue tocando hasta que las llamas le consumen las vestiduras y cuyo único efecto se reflejaba más bien en variaciones del tempo, pues el tema y la melodía permanecían inmóviles. El mejor momento de esta novela repleta de frases que requieren y ameritan más de una lectura y de idas y venidas que subyugan y desconciertan al lector hasta volverlo cómplice de la trama, que no de sus personajes. Es por eso que, a menudo, Lector debe volver sobre sus pasos, solo por el disfrute de frases, párrafos, expresiones que lo sorprenden, lo conmueven o lo deleitan y que se multiplican en retruécanos seductores invitándolo a sumergirse en ese laberinto que se le escapa, como esasaquellastodas, cada vez que cree haberlo desentrañado. Quizás esa sea la intención de Autor. Y lo logra.
Prosa entreverada que va desenredándose a medida que se avanza en la lectura, no porque Autor haya decidido simplificarla, sino porque Lector, trabajosamente va desentrañando una escritura hecha de metáforas y sutil humor afincado en el absurdo, desovillando la madeja de lo cotidiano hasta volverse cómplice y partícipe de ese Pueblo que, como un solo organismo, respira, sufre, se resigna, ama y fornica, embebido de ese algo intangible, pero único y reconocible y, sobre todo, universal, que es el poder, en este caso a la sombra del sol, con hembras-objeto que manejan a su antojo a los poderosos, dueños de vidas y haciendas, no porque se lo propongan, sino porque ese es su destino.
"Pueblo" de Miguel Ángel Pérez Pirela
Monte Ávila Editores Latinoamericana C.A.
IDEA Fondo editorial - Colección Continentes
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