Miguel Ángel Pérez Pirela
Hay quienes miran hacia el norte, quienes contemplan suspirando ciudades como París o Roma. No los culpo. Pero aquí abajo, abajo, al sur, como dice Benedetti, está Caracas, nada más y nada menos, que tú, Caracas.
A veces pienso que si pudiéramos por arte de magia colocar la Torre Eiffel parisina o acaso el Coliseo romano justo ahí, donde se encuentra nuestro monumento por antonomasia, el Ávila, ni siquiera se verían de lo ínfimo que se nos mostrarían, a nosotros, los que tenemos la dicha de vivir en Caracas.
Y no escribo estas líneas, ni hago estas comparaciones, por mera malacrianza de la imaginación. Quien les escribe estas frases pasó más de una década, feliz década por cierto, en esas “parises” o “romas” lejanas de las que hablo y, no hay duda, el Ávila es el monumento más exuberantes, más Caribe, más verdadero que he visto en capital alguna.
Ese Ávila que, como por arte de magia, nos separa de un Caribe que, visto desde Caracas es una promesa. Ese Caribe que sólo podemos intuir desde el caos caraqueño a través del cielo, ese Caribe que se nos refleja en el cielo y que podemos, finalmente, ver triste, callado, oscuro, o resplandeciente en los días soleados, felices, exuberantes que, por cierto, en estos lares son muchos. Como decía Gabriel García Márquez hablando de estas tierras, fotografiando con palabras el “cielo alto y estrellado del Caribe”.
No diré entonces sólo “je t’aime París”, como lo expresa esa película que le rinde tributo a esa ciudad que quiero y extraño tanto. Yo digo ahora y más bien, expreso ahora y sin temor, y sin ánimo de ofender a nadie: “Je t’aime Caracas”, Te amo Caracas.
Contigo me pasa algo que un día le leí a Jorge Luís Borges a propósito de Buenos Aires. Decía él “yo extraño a Buenos Aires, sobre todo cuando estoy en Buenos Aires”. Lo parafraseo, pero desde el Caribe: Te extraño Caracas, sobre todo, ahora que te escribo desde aquí, desde esta ciudad alta y estrelladas de nuestro Caribe revolucionado.
Ciudad que, como el cielo del que hablaba antes promete, que si algo ha de suceder de nuevo en el mundo sucederá desde el sur, desde Venezuela, desde Caracas. Aunque sea un lugar común, lo evoco y habito, como dice nuestro himno nacional: “Seguid el ejemplo que Caracas dio”.
Si alguna vez como continúa el himno la “América unidad existirá en nación”, el Ávila, Caracas, nosotros, seremos de los primeros en admirarla.
Hay quienes miran hacia el norte, quienes contemplan suspirando ciudades como París o Roma. No los culpo. Pero aquí abajo, abajo, al sur, como dice Benedetti, está Caracas, nada más y nada menos, que tú, Caracas.
A veces pienso que si pudiéramos por arte de magia colocar la Torre Eiffel parisina o acaso el Coliseo romano justo ahí, donde se encuentra nuestro monumento por antonomasia, el Ávila, ni siquiera se verían de lo ínfimo que se nos mostrarían, a nosotros, los que tenemos la dicha de vivir en Caracas.
Y no escribo estas líneas, ni hago estas comparaciones, por mera malacrianza de la imaginación. Quien les escribe estas frases pasó más de una década, feliz década por cierto, en esas “parises” o “romas” lejanas de las que hablo y, no hay duda, el Ávila es el monumento más exuberantes, más Caribe, más verdadero que he visto en capital alguna.
Ese Ávila que, como por arte de magia, nos separa de un Caribe que, visto desde Caracas es una promesa. Ese Caribe que sólo podemos intuir desde el caos caraqueño a través del cielo, ese Caribe que se nos refleja en el cielo y que podemos, finalmente, ver triste, callado, oscuro, o resplandeciente en los días soleados, felices, exuberantes que, por cierto, en estos lares son muchos. Como decía Gabriel García Márquez hablando de estas tierras, fotografiando con palabras el “cielo alto y estrellado del Caribe”.
No diré entonces sólo “je t’aime París”, como lo expresa esa película que le rinde tributo a esa ciudad que quiero y extraño tanto. Yo digo ahora y más bien, expreso ahora y sin temor, y sin ánimo de ofender a nadie: “Je t’aime Caracas”, Te amo Caracas.
Contigo me pasa algo que un día le leí a Jorge Luís Borges a propósito de Buenos Aires. Decía él “yo extraño a Buenos Aires, sobre todo cuando estoy en Buenos Aires”. Lo parafraseo, pero desde el Caribe: Te extraño Caracas, sobre todo, ahora que te escribo desde aquí, desde esta ciudad alta y estrelladas de nuestro Caribe revolucionado.
Ciudad que, como el cielo del que hablaba antes promete, que si algo ha de suceder de nuevo en el mundo sucederá desde el sur, desde Venezuela, desde Caracas. Aunque sea un lugar común, lo evoco y habito, como dice nuestro himno nacional: “Seguid el ejemplo que Caracas dio”.
Si alguna vez como continúa el himno la “América unidad existirá en nación”, el Ávila, Caracas, nosotros, seremos de los primeros en admirarla.