domingo, 30 de agosto de 2009

Alimentación como instrumento de dominación (II)

Miguel Ángel Pérez Pirela

Hoy día nos encontramos delante de una postura capitalista y neoliberal que reduce el alimento a mera mercancía.
De hecho, notamos una actividad alimentaria que, de más en más, es acaparada por la industria agroalimentaria y que coloca la sociedad en una posición de pasividad en relación a las modalidades que han de ponerse en práctica y vivirse en el mundo de la alimentación.
Como lo afirma Poulain, en su obra "Sociologies de l’alimentation", las cada vez más grandes cadenas de alimentación con sus enormes ciclos de distribución, aunados a una concentración y monopolización de las actividades que realizan, “separan los consumidores del origen natural de los productos, los cortan de su ambiente social tradicional”.
A partir de 1930 a nivel planetario cambios sociológicos sin precedentes modificaron los modos de vida y sobre todo trastocaron fundamentalmente los lazos que unían los consumidores a los alimentos: producción, transformación y comercialización alimentaria organizaron definitivamente, estructuraron y dieron ritmo a la sociedad rural; los paisajes mismos de los países se transformaron a lo largo de los ciclos de producción; el alimento se convirtió poco a poco en simple mercancía, y la gran distribución da nacimiento al consumidor; al inicio de los años 1960, los supermercados hacen su aparición y toman, en una generación, una posición dominante.
Como consecuencia de la perdida de contacto con la filiar de producción, el alimento se transforma en un simple objeto de consumo sobre el cual reinan los ‘jefes de productos’ y los ‘especialistas en marketing’.
De todo ello surge un fenómeno tan sintomático como el de el hambre: “Comida en abundancia, pero de menos en menos identificada, conocida y sobre todo de más en más angustiante".
Se deja de un lado el hecho que comer es también un acto que une al hombre con la naturaleza, con lo real. La cocina y las costumbres de mesa de una sociedad son una manera original de organizar las relaciones entre la naturaleza y la cultura. Industrializada, la comida suscita interrogantes, que pueden rápidamente transformarse en angustias. ¿De dónde proviene ésta? ¿De cuáles transformaciones fue objeto? ¿Por quién fue manipulada?
Estamos hablando entonces de una separación cada vez más neta entre el hombre y su alimento que se ve reflejada en un desconocimiento de eso que se está comiendo. Dicho desconocimiento afecta de forma directa la percepción del consumidor en relación a eso que come, dando como resultado natural una desconfianza en los productos alimentarios.
Ello se radicaliza a la luz de los escándalos que, a partir de los años setenta se han ido dando: en 1968 los movimientos ecologistas ya criticaban la “comida industrial”; en 1970 el ternero y el pollo con hormonas están en el tapete; en 1996 la crisis de la vaca loca y en el 2006 los temores de la gripe aviaria.
En fin, Como lo comenta Fischler en su libro El omnívoro, “Si no sabemos eso que comemos, no sabremos en qué nos transformaremos y no sabremos quiénes somos”.

domingo, 16 de agosto de 2009

Alimentación como instrumento de dominación (I)

Miguel Ángel Pérez Pirela
Plantea Bourdieu “Eso que me gusta y eso que encuentro bueno es, de hecho, eso a lo que estoy acostumbrado a comer; eso que consume mi clase social de origen”. La gastronomía es entonces reenviada a un proceso de distinción, a partir del cual las elites afirman su diferencia con relación a las otras clases”.
Es innegable que uno de los signos de diferenciación entre las clases está determinado, no solamente por eso que se come, sino también por cómo y dónde se come. Es erróneo por ello pensar que se pueden realizar elecciones culinarias y dietéticas sólo a partir de una supuesta autonomía contemporánea. Eso que comemos depende de fuertes determinaciones sociales, no sólo a nivel cultural, sino también a nivel económico y social: “En los años de 1940, en los Estados Unidos, Lewin mostró que la consumación de un producto y, de forma más general, las elecciones alimentarias no dependen de decisiones individuales, sino del resultado de una serie de interacciones sociales. Para que un alimento sea consumido por un individuo, es necesario que el mismo llegue a él”.
Ese punto es esencial para el análisis filosófico-político, sociológico o incluso moral de la alimentación. El proceso que permite a un alimento llegar hasta la mesa de quien lo come es arduo y complicado. El mismo depende de una serie pasos, pero también de muchos intereses.
Según Poulain “Los análisis de los movimientos que atraviesan el espacio social alimentario (deslocalización y relocalización, de la alimentación, transformación de las prácticas, desarrollo de la obesidad, exacerbación de los sentimientos de crisis…) muestran cómo la necesidad biológica de comer y la expresión del hambre son socialmente modeladas” […] La alimentación… es siempre a la vez socialmente construida y biológicamente determinada. Los modelos alimentarios aparecen como el resultado de una larga serie de interacciones entre lo social y lo biológico, como la agregación compleja de conocimientos empíricos.
Desde la siembra, cosecha o producción de un alimento, pasando por su distribución y, más tarde su venta, el servir un plato de arroz en una mesa cualquiera implica un sistema que no puede ser pasado por alto. Sistema a partir del cual pueden, por una parte satisfacerse las necesidades de un pueblo o sociedad o, por otra, hacerlo dependiente de normas de producción y distribución impuestas. De hecho, es innegable que fenómenos alimentarios acaso inexplicables, a nivel de desigualdad de la distribución de los alimentos y de la calidad de los mismos, son en ocasiones producto de dicho sistema.
A la luz de los antes dicho, cómo explicar, por ejemplo, el hambre en ciertas regiones del planeta. El hambre es, claro está, un hecho biológico, pero también un fenómeno social, político y sobre todo moral. Audrey Richards “considera que el hambre es el principal factor que determinante en las relaciones humanas, primero que todo en el seno de la familia, y más tarde en los grupos sociales más amplios, el pueblo, un grupo de edad o estados políticos”.
Todo ello nos permite entonces comprender la importancia y el rol que posee la alimentación en las relaciones humanas. La misma estructura al individuo en ámbitos tan trascendentales que tocan, por ejemplo, la alimentación que la madre ofrenda al hijo que – de hecho educa y forma en él una identidad – hasta la utilización de la misma como un arma mortal de guerra en conflictos entre pueblos.

jueves, 13 de agosto de 2009

Honduras: La relatividad del tiempo

Miguel Ángel Pérez Pirela

Tal como lo demuestra Einstein el tiempo es relativo. Pero ello no es sólo cierto para las leyes de la naturaleza. En la realidad política también el tiempo es relativo y nada nos demuestra más este hecho que el caso del golpe en Honduras.

Tiene razón la escolástica cuando define el tiempo como “Distentio animae”, es decir, la distensión del alma, que dicho de otro modo deja claro que el tiempo es subjetivo y depende de la percepción que de éste tenga quien lo viva: el tiempo es por ello una experiencia relativa, por el mismo hecho de ser una experiencia subjetiva.

En este sentido, podríamos preguntarnos ¿tiene el presidente constitucional de Honduras, Zelaya, la misma concepción del tiempo político que el Dictador Micheletti? Evidentemente no.

Quien da un golpe de Estado, sacando a un presidente de las fronteras de su país, e impidiendo por todos los medios que éste regrese, y con su presencia restablezca la constitucionalidad, no busca otra cosa que detener los relojes de la política para fraguar su hegemonía golpista, su status quo impuesto.

No cabe duda: el tiempo paralizado juega a favor de Micheletti y Romeo Vásquez. De ahí el hecho de que la táctica de los relojes parados por la negociación en Costa Rica jugaron indudablemente a favor del golpe, de sus coautores y patrocinantes.

Es bajo esta premisa que debe entonces interpretarse el testarudo intento del gobierno de Obama, a través de su instrumento político, el presidente de Costa Rica, Oscar Arias, de averiar los relojes de la historia, mediante una negociación que se fue extendiendo de más en más en su duración, hasta hacer perder segundos, minutos, horas y días que para el tiempo político de Zelaya valían oro.

De lo antes dicho se evidencia que los días de la mediación, sumados a las ulteriores 72 horas, no pueden entenderse, sin tomar en consideración que dentro de las fronteras hondureñas, la misma funcionó como cortina de hierro que no dejaba ver que esos instantes perdidos por una pseudo negociación eran acompañados por represión, amedrentamiento, dictadura.

El problema no es entonces que el Departamento de Estado aplique siempre las mismas recetas. El problema no es ni siquiera que no terminemos de aprenderlas. El problema ahora es que los golpistas seculares del Departamento de Estado entendieron que los nuevos golpes de Estado en Latinoamérica se fraguan manipulando a su merced, ya no más el tiempo de las armas, sino más aún el tiempo político.

Se manipula entonces ese tiempo político, cuando se eterniza un golpe de Estado con mesas de negociación, falsos pronunciamientos y cantinfladas diplomáticas.

Un tiempo preciso, se perdió pues, en Honduras, aupado por aquellos que todavía creen que los Estados Unidos pueden ayudar en algo las democracias latinoamericanas. Tiempo que no fue pensado más como definitivo jaque mate, sino más aún como jaque. Tiempo paralizado, transformado en advertencia, en mensaje para el ALBA.

Por lo pronto el resultado es preocupante: un presidente democráticamente electo en la frontera de su país jugando con lo que, parece ser, la espada de Damocles de los procesos de transformación sociopolítica latinoamericana: El tiempo político.

domingo, 2 de agosto de 2009

El liberalismo paternalista

Miguel Ángel Pérez Pirela

No hay duda: detrás del aparente “Estado débil” del liberalismo se encuentra un despótico “Estado fuerte” que trabaja para el mercado. Dicho Estado en sus propuestas políticas aplica de más en más un mínimo de redistribución social y de intervención en el mercado, y un máximo de intervención policial y procesos jurídicos.
Esta corriente viene catalogada como «liberal» en cuanto estableciendo un mínimo de intervenciones en el plano de los cambios económicos da lugar al crecimiento del mercado privado y, por ende, al incremento del capital privado. Desde este punto de vista el Estado se presenta como un Estado débil.
El problema está en que por otra parte se desarrollan políticas estatistas que presuponen una exagerada intervención estatal, y que se ven reflejadas en la acción contra la inseguridad, a través de políticas de mano dura policial y de leyes fuertemente punitivas que hacen del Estado un Estado fuerte.
Por otra parte, los proyectos de privatización de la educación ofrecen, por ejemplo, ventajas a los intereses individuales, obligando al Estado a no encaminar políticas perfeccionistas miradas a «educar ideológicamente» a los individuos, lo que para el libertarismo significaría dejar intactas sus libertades. A través de estas medidas el Estado sería entonces de nuevo Estado débil.
Pero por otra lado son invertidas grandes cantidades de dinero para preservar las «garantías» en relación a la «soberanía del Estado», a través de la compra o producción de armas de guerras y la puesta en práctica de duras políticas de inmigración, medidas a través de las cuales los individuos y el mercado son asegurados contra el peligro de una inestabilidad que venga del exterior. Podemos decir sin lugar a dudas que estas medidas hacen y presuponen entonces un Estado fuerte.
Podríamos hablar entonces de un proceso contemporáneo a través del cual nos vamos acercando cada vez más a la creación de una definición de Estado que en sí misma posee dos términos aparentemente incompatibles: liberalismo paternalista. Dicho Estado reposa en una concepción “negativa” de la libertad y los derechos individuales.
De todo esto surge entonces la mezcla de un Estado débil y un Estado fuerte, liberal y conservador que se transfigura sólo para asegurar la libertad del mercado (liberalismo) y suprimir los efectos negativos en la esfera social (paternalismo) a través de duras políticas de control judicial y policial. En teoría, un Estado débil que libere el mercado y un Estado fuerte que luche contra los posibles peligros que vengan de las víctimas de dicho mercado.
Todo esto lleva en definitiva al hecho que, como lo expresa Alasdair MacIntyre en "Tras la Virtud", “la política moderna se ha convertido en una guerra civil continuada por otros medios”.
Es cierto entonces lo que afirma Charles Taylor en su "Ética de la autenticidad": “no podemos abolir el mercado, pero tampoco podemos organizarnos exclusivamente mediante mercados”. De llevar a cabo políticas liberalistas fundadas únicamente en el mercado y el capital iremos irremediablemente a un modelo fundado en la fragmentación social y el individualismo.
Para terminar es necesario recordar a todos aquellos que ven el mercado capitalista como un remedio contra el peligro que representa la tiranía del Estado que, hoy día, el peligro no lo constituye el despotismo del Estado, sino el individualismo del mercado, como exclusiva forma de vida de los seres humanos
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