jueves, 23 de abril de 2009

Lumpenclasemedia

Miguel Ángel Pérez Pirela

“Lumpemproletariado: capa social más baja y sin conciencia de clase.”
Real Academia Española


La clase media en Venezuela no es una realidad, sino mera ideología. La más arraigada ideología en esta Venezuela del tercer milenio. Clase que, en otras latitudes se caracteriza por la producción, en nuestro país es una especie de sello de calidad que denota una diferencia con los otros, es decir, con los pobres.
La clase media endógena es signo de distinción, de “distancia y categoría”, por parte de aquellos que, cierto, no son ricos, pero podrían serlo.
Clase que se siente más cerca del paraíso que del infierno, más próxima del bien que del mal. Y aunque el “Viernes negro” la haya dejado en banca rota, y a pesar que los noventa la hayan desbancado, sigue ahí, brillante, exuberante, mostrándose con sus carros hipotecados y sus vestidos miameros comprados con dólares preferenciales; con su educación privada y sus clínicas estafadoras.
Clase media golpeada por los “paquetazos” de la Cuarta república, robada por los banqueros y sus tasas de interés, embarcada por el mito de la Gran Venezuela, según el cual les faltaba poco para que fueran ciudadanos de un país desarrollado.
Nuestra clase media ha sido la clase mártir del siglo veinte: robada por el hampa común de los sectores que ellos llaman con desden “populares”, atracadas con vehemencia por una clase alta que sólo le permitió a cuarenta mil venezolanos sacar fortunas en dólares.
Pobre clase a quien nadie le enseñó, ni a robar eficientemente a mano armada, ni a estafar capazmente con cuello blanco. Lo único que realmente aprendió esta clase fue a ser diferente. Claro está, diferente de los de abajo. Y qué mejor manera de cristalizarlo que imitando a los de arriba de los cuales, por cierto, también son diferentes.
De ahí surge entonces la ideología de una clase media lo más extensa posible. Clase donde cabemos todos. Clase que somos todos, o al menos, podríamos serlo.
Aquí radica la clase media como ideología nacional, según la cual para ser clase media sólo hay que quererlo, o al menos, sólo hay que mimarlo. Ser clase media significa apropiarse de ritos y signo de ostentación propios de esa clase.
He aquí entonces la ideología dominante en Venezuela. Ideología que aglomera tanto a la derecha como a la izquierda. Ideología que va más allá del capitalismo y el socialismo. Ideología del “clasemedismo” cuya definición es no ser pobre, o al menos, no demostrarlo.
Para llegar a tan deseado fin la metodología más idónea es precisamente la de consumir. De hecho, si un ciudadano de clase media se define por lo que tiene, o al menos, por lo que demuestra tener, pues ¿de dónde saca todo ello?
Tenemos la intuición que muchas de sus fuentes de ingreso son inexistentes, pues una gran parte de la clase media, en realidad, es clase pobre. No dudamos que una parte de esa clase habrá sacado sus fondos del sudor de su frente y los callos en sus manos. Sospechamos que otros harán dinero del dinero, a través de negocios in-mobiliarios, seguros, banca, en fin, de la compra y venta. Rubro que en nuestro país no se contenta con ganancias del más del cien por ciento. Hay que decirlo, la especulación alimenta una gran parte de la “verdadera” clase media venezolana.
El drama está por ello en que nadie le enseñó a producir a nuestra clase media. Pero todos le invitaron a consumir: el consumo define en cuanto tal a la clase media venezolana.
Lo contrario sería buscar la clase media en los nuevos cuadros socialista de la Quinta república. Pero no llegaríamos tan lejos, pues sería una flagrante provocación y contradicción, tanto para dichos cuadros, como para la clase media como ideología de la derecha exógena venezolana.
Lo cierto es que la clase media es uno de los enigmas de este siglo veintiuno nacional: existe en todas partes y a la vez en ninguna.

viernes, 10 de abril de 2009

Ministerio del Poder Popular para Ciencia, Tecnología e Industrias Intermedias

Miguel Ángel Pérez Pirela

“Esa es una de las señales del subdesarrollo: incapacidad para relacionar las cosas, para acumular experiencia y desarrollarse.¨
E. Desnoes, Memorias del Subdesarrollo, Cuba, 1965.


¿Por qué cuando nuestros niños necesitan ser vacunados, la mayoría de los insumos tenemos que importarlos? ¿Por qué gran parte de los productos e insumos farmacéuticos vienen del extranjero? ¿Cuál es el motivo que nos lleva a importar gran parte de los productos elaborados con nuestras materias primas? ¿Quién nos explica la razón por la cual incluso la adquisición de las piezas de nuestros equipos militares no nos la quiere vender quien las construyó?
La razón principal, la única, la insoslayable, tiene que ver con la ciencia, tecnología e innovación. Si un país nos vende conocimiento hecho producto es porque cien, cincuenta o treinta años antes realizó investigaciones científico-tecnológicas que le permitieron concebir, producir y exportar el mismo. Todo ello nos muestra que, contrariamente a lo que suele pensarse, no hay nada más cotidiano, más soberano y más estratégico que la ciencia, la tecnología y la innovación.
El tema de la CTI no es entonces un tema secundario en la agenda política nacional, ni mucho menos un tópico que no posea una relación directa con las decisiones y voluntades del Gobierno. Es más, la gestión de la CTI hoy día es una de las variantes más importantes que nos permite interpretar la intensidad de la profundización en los procesos de cambio que vive el país.
No hay proceso de transformación verdadero sin un trabajo arduo en CTI. En otras palabras, no hay soberanía sin CTI, porque sin ésta no habría creación de ese conocimiento que precisamente nos exime de comprar otros conocimientos concebidos, patentados y puestos en práctica fuera de las fronteras de nuestra Patria.
Si somos dependientes de aquellos que producen conocimiento, lo vuelven industria y lo exportan, el día en el cual nuestro suplidor decida no vendernos conocimiento, simplemente, nos quedaremos sin él. Sin investigación en CTI, seguiremos dependiendo de otros para aspectos tan relevantes como la salud, la alimentación, la energía, y hasta nuestra propia seguridad y defensa nacional…
Es por ello que uno de los esfuerzos políticos capitales en los últimos 10 años, no ha sido sólo la creación de un Ministerio del Poder Popular para la Ciencia, Tecnología e Industrias Intermedias, sino más aún las importantes cantidades de talento humano y sumas invertidas en investigaciones científicas, a través de proyectos relevantes como Misión Ciencia, Cuba Venezuela, aportes LOCTI y diferentes proyectos gran nacionales en curso. Sin hablar del lugar preponderante que ocupa el tema de la CTI en nuestra Carta Magna.
Parece entonces que la mesa está servida para comenzar a ver productos tangibles derivados de la CTI venezolana. Se nos imponen por ello nuevos retos para lograr gerenciar de la manera más eficiente posible todos los medios humanos y materiales invertidos hasta ahora. Ello implica criterios de planificación y continuidad progresiva, sin los cuales no podemos ser de ninguna manera una potencia mediana mundial en términos de CTI.
Es más, ni siquiera una potencia, ni mediana, ni regional, porque lo que diremos a continuación debe quedar claro: existen “países desarrollados” con sistemas de CTI subdesarrollados en lo que respecta su impacto social. Pero también podrían existir “países subdesarrollados” con sistemas nacionales de CTI desarrollados en lo concerniente al impacto social que tienen en sus pueblos.
¿Podría ser éste el caso de Venezuela a corto o mediano plazo?

sábado, 4 de abril de 2009

Estado, regionalismo y corrupción



Miguel Ángel Pérez Pirela

Tenemos malas noticias para todo aquel que piense que la injerencia del siglo XXI por parte de las grandes potencias se ejecutará sólo a través de golpes de Estado militares o privatización de nuestras economías internas. No será únicamente así. Dichos métodos se practicaron exitosamente en los años 70, 80, y 90, y dieron como resultado procesos de injerencia tan eficaces que llegaron a someter a países enteros a las armas militares ó a las armas económicas.
Hoy día el proceso de injerencia elegido no es otro que el de la desestructuración, o más aún, la destrucción de los Estados Nación latinoamericanos. Existen ejemplos más vistosos que otros, como el de la pseudo nación Camba en Bolivia, cuya finalidad última era, nada más y nada menos, la división del Estado boliviano en dos Estados Naciones.
Todo ello corresponde a una estrategia bien concebida, según la cual si los ciudadanos eligen democráticamente a líderes progresistas de izquierda como gobernantes de los respectivos Estados, pues acábese con los Estados.
Contrariamente a lo que suele pensarse, el enemigo a atacar en esta nueva metodología de injerencia, no son los líderes en cuanto tales: Chávez, Evo, Correa, etc. No. El objetivo elegido es precisamente el Estado y su soberanía, que no es otra cosa que la mezcla de tres elementos: líder, fronteras y armas comunes.
La injerencia en este siglo XXI, en aras de la destrucción del Estado, va a minar justamente uno o varios de estos tres aspectos a la vez.
En lo que respecta al caso venezolano, diversos intentos de destrucción del Estado se han puesto en marcha en los últimos años. Los intentos golpistas y desestabilizadores de un “oposicionismo” irracional dan muestra de ello: golpe de Estado del 11 de abril de 2002 y paro petrolero de 2003.
Pero existe una estrategia soñada que, a pesar de haber dado tímidos e infructíferos pasos, sigue pendiente en la agenda desestabilizadora de la derecha. Nos referimos al movimiento separatista de las oligarquías del estado Zulia. Movimiento regionalista que ha encontrado una nueva excusa, o más aún, máscara de oxígeno en el tan sonado caso de corrupción de quien fue gobernador del Zulia y actual alcalde de Maracaibo: Manuel Rosales.
Basta un somero monitoreo de las empresas privadas de comunicación masiva para darnos cuenta que, lo que debiera ser un juicio contra presuntos actos de corrupción de un ciudadano venezolano, no ha tardado en convertirse en una afrenta contra la identidad, autonomía y cultura misma de los zulianos. Imagínense ustedes. Y todo por el simple hecho de ser uno de los líderes políticos de la derecha el protagonista de las investigaciones de dichos casos de corrupción.
Cuando el dedo señala a la luna, los estúpidos miran el dedo.
En este caso, con una preocupante velocidad el “oposicionismo” no tardó en olvidarse del caso de corrupción, para centrar toda su artillería pesada mediática en la denuncia al Presidente Chávez como autor de una persecución política atroz, a las Fuerzas Armadas Bolivarianas como garantes y escudo de dicha persecución, y a las fronteras venezolanas como culpables del hecho que el estado Zulia no sea un territorio separado del Estado venezolano.
En pocas palabras, la apertura de un proceso judicial por corrupción, parece haber desencadenado una avalancha mediática nacional e internacional, cuya única e innegable finalidad última es el ataque frontal a un líder elegido democráticamente, a las armas comunes venezolanas y a las fronteras ya establecidas de lo que hoy llamamos Venezuela. Dicho de otro modo, al Estado venezolano.
El dedo es Rosales. La Luna nuestra Nación venezolana.